¡Ábranse!
- Gabriel Miyar

- 30 sept
- 2 Min. de lectura
Jesús lo llevó aparte de la multitud para poder estar a solas con él. Metió sus dedos en los oídos del hombre. Después escupió sobre sus propios dedos y tocó la lengua del hombre. Mirando al cielo, suspiró y dijo: «Efatá», que significa «¡Ábranse!». Al instante el hombre pudo oír perfectamente bien y se le desató la lengua, de modo que hablaba con total claridad. Marcos 7:33-35
Antier en IPV Norte Annie Partida, miembro del equipo pastoral de este campus, nos compartió acerca de escuchar la voz de Dios. Fue un mensaje extremadamente importante de como muchas veces no escuchamos la voz de Dios porque estamos distraídos o porque nuestro corazón está endurecido. Ella comenzó con un episodio en el evangelio de Marcos, capítulo 7, donde Jesús sana a un sordomudo. Jesús lo lleva aparte, probablemente para no avergonzarlo, y para tratar con él de manera muy personal. Allí Jesús mete sus dedos en los oídos de este hombre pronunciando “efatá” (“¡ábranse!”). Luego moja Jesús sus dedos en su saliva y toca la lengua del hombre y esta se “desata” (fue como un beso sandor de Jesús). Entonces el hombre puede ya escuchar a Jesús y hablar con él. Cómo se supone que nosotros hacemos todos los días, se supone que escuchamos la voz de Jesús y hablamos con él en oración.
Utilizando anécdotas de Beethoven y de su propio padre, que quedó sordo en su vejez, Annie nos dejó muy claro lo dramático que es no poder oír. En el caso de Beethoven no poder oír, y aún así componer música maravillosa que él mismo no podía escuchar. También nos habló de Elías, que no escuchó la voz de Dios ni en el terremoto, ni en el vendaval, ni en el incendio, sino en el murmullo apacible.
Éste mensaje no pudo haber sido más oportuno para mi propia vida porque hace tan solo semana y media yo le decía a Dios que no escuchaba bien su voz y no estaba muy seguro de qué quería él para mí en este tiempo. Aparté un día para ayunar y orar, pidiéndole poder escuchar su voz. El Señor se tardó una semana y media en contestarme y mostrarme que tiene mucho que ver con el corazón. Y hoy en la mañana yo leía el salmo 95 que dice:
Si ustedes oyen hoy su voz,
no endurezcan sus corazones, como en Meribá,
como aquel día en Masá, en el desierto,
cuando sus antepasados me tentaron,
cuando me pusieron a prueba, a pesar de haber visto mis obras. (vv.8-9).
Esta es una de las principales razones por las que no escuchamos la voz de Dios, porque Dios habla al corazón en un murmullo apacible, pero si nuestro corazón está endurecido por el pecado, la mundanalidad o simplemente lo que mi hermano Arturo llama “el peso y las distracciones” que nos asedian, no escucharemos Su voz.
«Hoy te invito a examinar tu corazón delante de Dios y ver si realmente estás escuchando su voz en este tiempo, y si tu corazón está receptivo o endurecido. Si es lo segundo, te invito humildemente a arrepentirte y a pedirle al Señor que abra tus oídos espirituales. Amén.»

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