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Una Demostración Dramática

  • Foto del escritor: Gabriel Miyar
    Gabriel Miyar
  • hace 5 días
  • 2 Min. de lectura

—¡No!—protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies! Juan 13:8


[Pudo haber sido cualquiera de los discípulos, Juan o Jacobo, cualquiera. Todos sentían lo mismo].


Ayer vimos el fiasco de Jacobo y Juan. Jesús refutó sus ambiciones carnales y mundanas, pero era necesario corregir no sólo su “oso,” sino sobre todo su mentalidad, no sólo con palabras, pues ya saben que somos muy lentos para hacer caso cuando se nos “habla” sólo con palabras.


Imagínate cómo se sintieron cuando Jesús, en , Juan 13, más allá de las palabras, gráficamente actuó este principio al tomar un recipiente y una toalla y lavarles los pies a Jacobo y Juan (y a todos los demás). En ese momento Jacobo y Juan sin duda entendieron lo que significaba ser el primero y más importante en el reino de Jesús. ¡Y no era algo humanamente muy atractivo! Allí seguramente se dieron cuenta del numerito que escenificaron.


Lo he dicho muchas veces, nosotros —desligados del contexto original del lavado de los pies en la antigüedad— vemos este acto como algo conmovedor, pero básicamente ceremonial, en lugar de verlo discordante y repulsivo como lo vieron los discípulos de Jesús. Se ha convertido en una práctica mistificada y dignificada. Yo creo que la única manera de recuperar el sentido de shock que sintieron los discípulos cuando Jesús les lavó los pies es pensando en algo así como que alguien muy rico fuera a la casa de su sirvienta y le hiciera todo el quehacer. Quien hiciera esto sería porque ha entendido profundamente la esencia de liderazgo cristiano. ¡Sin duda ella, ya que se recuperara del shock, entendería lo radical que es el liderazgo al estilo de Cristo!


Aún siendo líderes cristianos, es muy fácil caer en la mentalidad de los líderes del mundo. Lo llevamos en la naturaleza pecaminosa. Por eso, Jesús tiene que trabajar tanto, quebrantando nuestros corazones y permitiendo situaciones humillantes en nuestras vidas, para fracturar el ego que con tanta facilidad nos domina. A partir de allí cojeamos como Jacob, y nos hacemos repartidores de la gracia de Dios. Sí. Los doctores entran a la práctica de la medicina. Los abogados a la práctica de la ley. Los pastores y líderes cristianos entran a la práctica de la gracia. La gracia es nuestra divisa, nuestra profesión y recurso habitual. Y esa gracia es la que hace posible adoptar el liderazgo diferente al que nos llama Jesús.


«Señor, llévame a una nueva comprensión de esta gracia que has derramado sobre mi vida. Tu gracia —que siendo gracia— comenzó a darme antes de que siquiera supiera yo cuán desesperadamente la necesitaba. Tu empezaste a salvarme antes de que supiera que me estaba ahogando. Hazme cada vez más consciente de la magnitud de tu gracia. Amén.»

 
 
 

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