top of page

Todo se Levanta o se Destruye con el Liderazgo

  • Robbie Rembao
  • hace 3 días
  • 3 Min. de lectura

La frase suena fuerte, pero hoy más que nunca la sentimos real. Vivimos en un tiempo donde hoy la palabra líder es referencia de egoísmo, escándalos, abusos de poder y ambición desmedida. Rara vez pensamos en liderazgo como buenas noticias. Sin embargo, Jesús nos puso en este mundo precisamente para cambiar esa narrativa.


Hace unos días íbamos en el carro toda la familia y nuestras hijas, Emma y Valentina, nos empezaron a preguntar cosas como: “¿Por qué hay gente que no quiere a nuestra presidenta? ¿Por qué si debería ser buena no todos la quieren? ¿Y por qué mataron a Carlos Manzo si él era bueno?” Los hijos de todos nosotros están creciendo en un mundo donde los malos pueden verse como buenos y donde quienes deberían ser buenos no siempre viven de acuerdo a ese llamado. Crecen viendo líderes que promueven ideas confusas sobre identidad, líderes que exigen que la iglesia guarde silencio, líderes que llaman bien a lo que Dios llama mal. Sin embargo, Jesús nos recuerda que seguirlo es sinónimo de liderar, nos llamó a ser la sal de esta tierra y la luz de este mundo, lo que significa que debemos influir sobre lo que sucede aquí. El liderazgo del mundo busca dominio; el liderazgo de Jesús busca servir. Y servir exige convicción, valentía y una vida que no se acomode a la cultura, sino al Reino.


John Maxwell usa la historia del Buen Samaritano en Lucas 10 para exponer tres maneras en que un líder puede vivir: robando, reteniendo o entregando.


Por un lado, está la perspectiva de los ladrones, un liderazgo que dice: “Lo tuyo es mío, y me lo voy a llevar”. Es la lógica del aprovechamiento, de usar a las personas, los recursos y las oportunidades para beneficio propio, sin importar el costo en la vida de otros. Pero Jesús también revela otro tipo de liderazgo igual de dañino: el del sacerdote y el levita, que representa una postura egoísta envuelta en religiosidad. Ellos no robaron, pero tampoco ayudaron; vieron la necesidad y cruzaron al otro lado, como diciendo: “lo mío es mío y no lo voy a compartir”. Es el liderazgo que se protege, que cuida su imagen, su comodidad, su agenda y su reputación, pero que nunca se arriesga por alguien herido. Ambos modelos —el que arrebata y el que retiene— son igual de contrarios al corazón de Dios, porque se centran en uno mismo y no en el prójimo que está sangrando en el camino.


La perspectiva del Buen Samaritano revela el tipo de liderazgo que refleja verdaderamente el corazón de Dios. Un liderazgo que dice: “lo mío es tuyo, y te lo voy a dar”. Mientras otros vieron un problema, él vio una persona; mientras otros calcularon el costo, él sintió compasión. El Buen Samaritano se detuvo, se acercó, vendó heridas, usó sus propios recursos, cedió su tiempo y hasta abrió su billetera sin esperar aplausos. Mostró que el liderazgo no es posición, sino disposición; no es reconocimiento, sino entrega. Este es el liderazgo que Jesús honra: el que se involucra, el que se ensucia las manos, el que se mueve por amor y no por conveniencia. Un liderazgo que entiende que todo lo que tiene viene de Dios y encuentra su propósito cuando se convierte en bendición para otros.


Y hay un nivel más profundo: No solo tenemos lo nuestro para compartir; tenemos lo que Dios nos ha confiado. Por eso el liderazgo cristiano tiene una ventaja incomparable: el Espíritu Santo. Él nos guía, nos corrige, nos impulsa, incluso cuando no entendemos. La vida en el Espíritu es el sello del verdadero liderazgo.


«Señor, que se levanten líderes llenos de la unción del Espíritu Santo, no moldeados por el mundo, sino formados en la presencia de Dios. Líderes que brillen, que sirvan y que, pase lo que pase, se mantengan fieles a Ti que los llamaste.»

 
 
 

Comentarios


bottom of page