«El reino del cielo es como una semilla de mostaza sembrada en un campo. Es la más pequeña de todas las semillas, pero se convierte en la planta más grande del huerto; crece hasta llegar a ser un árbol y vienen los pájaros y hacen nidos en las ramas»
«El reino del cielo es como la levadura que utilizó una mujer para hacer pan. Aunque puso solo una pequeña porción de levadura en tres medidas de harina, la levadura impregnó toda la masa». Mateo 13:31-34
Ayer, en la segunda entrega de la serie Historias del Cielo, hablamos de las parábolas de La Semilla de Mostaza y La Levadura que Fermenta Toda la Masa. Aprendimos que estas dos parábolas ilustran la forma en que el reino de Dios crece y se expande hasta llenar toda la tierra. ¡Hasta llenar toda la tierra!
Ecos de Ezequiel 17 (re-utilizado por Jesús): “[Israel] Se convertirá en un cedro majestuoso, extenderá sus ramas y producirá semillas. Toda clase de aves anidarán en él y encontrarán refugio a la sombra de sus ramas. Todos los árboles sabrán que soy yo, el Señor, quien tala el árbol alto y hace crecer alto el árbol pequeño.”
Ecos de Daniel 2: “…la roca que derrumbó la estatua [que representa todos los reinos a lo largo de la historia] se convirtió en una gran montaña que cubrió toda la tierra” (v.35)… “Durante los gobiernos de esos reyes, el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido o conquistado. Aplastará por completo a esos reinos y permanecerá para siempre. Ese es el significado de la roca cortada de la montaña” (vv. 44-45).
Por supuesto, que el reino de Dios comienza en el corazón de cada individuo que se hace súbdito del Reino cuando verdaderamente reconoce el señorío de Cristo, el Rey humilde que entregó su vida para salvarlo.
Así que el reino de Dios comienza en el corazón cuando los individuos hacen suyos y practican las enseñanzas de Jesús en el poder del Espíritu Santo. Entonces, pueden influenciar su medio ambiente positivamente, conduciendo a un impacto más amplio en la sociedad.
Pues, el reino de Dios no se queda en un beneficio personal, sino que a partir de allí al interactuar con el mundo —no retirarnos— (“no te pido que los quites del mundo…”). Al abrazar nuestra vocación, profesión, ocupación u oficio encarnando los valores del reino y sirviendo como agentes de cambio en nuestros diferentes ámbitos sociales y de trabajo extendemos cada día el Reino del Cielo hasta que “los reinos de este mundo, vengan a ser de Dios y de Su Cristo” (Apoc. 11:5).
«Hasta ese día glorioso, Oh Señor, somos tus agentes, que trabajamos de manera subversiva, muchas veces lejos de las luces del escenario, haciendo lo nuestro, lo que nos has encomendado, como semillas pequeñas bajo la tierra y levadura entre la masa.»
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