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¿Qué Esperas?

  • Foto del escritor: Gabriel Miyar
    Gabriel Miyar
  • 28 oct
  • 2 Min. de lectura

Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, bautízate y lávate de tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16).


¡Qué bueno el mensaje del domingo! Recuerda que estamos en la serie SOMOS, que trata de aquellas verdades prácticas que valoramos especialmente y que nos definen como iglesia. Entonces el tema del bautismo y el nuevo nacimiento, aunque es lo mismo que cree la mayoría de las iglesias evangélicas, tiene un par de distintivos muy nuestros.


Este tema toca el concepto del nuevo nacimiento, el papel del bautismo en la salvación y de porqué limitamos el bautismo a personas ya con un buen uso de razón y no bautizamos bebés.


Jesús dijo que para alcanzar la salvación y entrar en la vida eterna necesitábamos nacer de nuevo. Nicodemo, el maestro de la ley a quien Jesús le reveló esto (Juan 3:1-21), al principio lo tomó literalmente y estoy seguro de que ya estaba a punto de tachar a Jesús de desquiciado cuando Jesús le explicó que estaba hablando de algo espiritual. De morir a nuestra vida pasada, independiente de Dios y caracterizada por el pecado y nacer a una nueva vida powered por el Espíritu Santo.


Este nuevo nacimiento está representado por el acto del bautismo que, como sabes, escenifica nuestra muerte y sepultura con Cristo (somos sepultados en agua, entre otras cosas, para no morirnos literal y físicamente sepultados bajo tierra) y al salir del agua estamos resucitando junto con Cristo. Nuestra vieja vida pasada muere y entramos a una nueva vida que no tiene fin. Esta es la realidad maravillosa que representa el bautismo.


Hoy subrrayo que aunque hemos enseñado que el acto del bautismo en agua no es lo que salva, sino la fe que le da realidad espiritual al bautismo —recuerda como el ladrón de la cruz que se salvó no tuvo tiempo de bautizarse, y sin embargo, está en el cielo —tampoco quiere decir que si pudiéndote perfectamente bautizar, no lo haces, no pasa nada. Si pasa. Probablemente tu fe, salvadora, expresada como obediencia, puede estar incompleta, como estoy seguro que diría Santiago.


Es una representación externa de una realidad interna. ¬Pero esa realidad interna, en la que nuestro espíritu realmente renace, nos llena de gratitud, gozo exhilarante, y una nueva libertad que no conocíamos. No es una representación hueca, un mero externalismo, sino algo que se siente en cada fibra de nuestro ser. Yo recuerdo cuando me bauticé con toda mi familia (¡gracias, Dios!) en marzo de 1980 (ya van a ser 45 años). Viví en las nubes por un buen tiempo. Y aunque la sensación, como todas las sensaciones, pasó, se quedó grabada poderosamente en mi memoria.


«Señor, te doy gracias por todas las personas que ayer tomaron la decisión de bautizarse en todos los campus. Prolonga un poquito más el delite de la alegría y la libertad, y afírmalos en tus caminos por medio de tu Espíritu Santo y tu Palabra. Amén.»

 
 
 
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