No Se Puede Uno Escapar
- Gabriel Miyar
- 25 mar
- 2 Min. de lectura
El hombre contestó:
—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente” y “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Lucas 10:27
Me asombra verdaderamente, por un lado, el discernimiento y por el otro, la dureza de corazón de este experto en la ley judía. El discernió los Dos Grandes Mandamientos. No están juntos en la ley de Moisés. El primero está en Deuteronomio 6:5-9. Y, de hecho, el segundo está por allá metido entre otros varios mandamientos relacionales en Levítico 19:18. Sólo este hombre entre todos tuvo tal discernimiento, a parte de Jesús mismo en Mateo 22:37-40.
¡Pero, a la vez, la dureza del corazón de este experto de la ley! Porque no es otra cosa que dureza del corazón la que lo lleva a hacer la pregunta: “¿Y quien es mi prójimo?” Si ya había discernido lo más difícil, como no iba a discernir algo tan obvio, que no había necesitado de explicación en toda la historia desde la promulgación de la ley. Todo mundo entendía el concepto de “prójimo” —el próximo— el que está a tu lado, aquel con el que te topas. Los demás.
Pero, él quería zafarse. Sólo que Jesús tiene estas armas infalibles del Espíritu Santo llamadas parábolas, de las que no te puedes escapar. “Tu prójimo es la última persona que escogerías.”
Como nos decía Arturo a los hombres en Destino, si David hubiera sido confrontado con su pecado con Betsabé como confrontó Samuel a Saúl, David también habría podido dar excusas y pretextos para su acto abominable. Pero, como el profeta Natán lo confrontó con una parábola como las que Jesús llegaría a usar frecuentemente:
—Había dos hombres en cierta ciudad; uno era rico y el otro, pobre. 2 El hombre rico poseía muchas ovejas, y ganado en cantidad. 3 El pobre no tenía nada, solo una pequeña oveja que había comprado. Él crio esa ovejita, la cual creció junto con sus hijos. La ovejita comía del mismo plato del dueño y bebía de su vaso, y él la acunaba como a una hija. 4 Cierto día llegó una visita a la casa del hombre rico. Pero en lugar de matar un animal de su propio rebaño o de su propia manada, tomó la ovejita del hombre pobre, la mató y la preparó para su invitado. 2 Samuel 12:1-4.
David no se pudo escapar, “ni la vio venir,” como decimos, y quedó convicto de pecado, no quedándole más opción que reconocer su pecado y arrepentirse. Esa parábola que podríamos llamar La Ovejita Consentida desarmó completamente a David y lo hizo pronunciar su propio juicio:
Entonces David se puso furioso:
—¡Tan cierto como que el Señor vive—juró—, cualquier hombre que haga semejante cosa merece la muerte! (2 Samuel 12:5).
Con Dios no podemos escabullirnos. ¡Gracias a Dios!
Comments