El domingo pasado en IPV Norte Pamela Miyar predicó una porción del Salmo 23. Fue un gran mensaje que nos animó mucho y nos dejó una tarea muy concreta. Pame se centró en el versículo 5:
Me preparas un banquete
en presencia de mis enemigos.
Me honras ungiendo mi cabeza con aceite.
Mi copa se desborda de bendiciones.
Literalmente nos desafió a “no invitar al enemigo a nuestra mesa” para que no nos esté influyendo y metiendo sus ideas, especialmente sus ideas acerca de nosotros, en la cabeza. Pues, esto es lo que él hace, criticarnos y juzgarnos hasta que nos desanima por completo. Y todo el tiempo creemos que esas palabras vienen de parte de Dios y eso es lo más doloroso.
Así que, junto con Pamela, tomamos la decisión de aplicarle “la ley del hielo” al diablo y dedicarnos a ponerle atención al Señor y todo lo que dice acerca de nosotros, y también a dejarnos chiquear por él. Pues, el salmo dice que Dios personalmente unge nuestra cabeza con aceite, es decir, nos perfuma, y llena nuestra copa hasta que desborda. El mismo nos atiende ¡que privilegio!
Como en el caso del Libro de Job, que vimos recientemente, el diablo tiene el descaro de presentarse a la mesa que el Señor prepara para nosotros. Por eso el salmo dice “en presencia de mis enemigos.” Pero no tenemos porque prestarle atención aunque se siente al lado nuestro.
Dice el apóstol Santiago: “Resistan al diablo, y él huirá de ustedes” (Stgo. 47, NTV). El diablo se va a hartar de que no lo pelemos y de que resistamos sus insinuaciones y se marchará.
No podemos evitar que venga y se siente en nuestra mesa pero si podemos enfocar toda nuestra atención en el Señor e ignorar completamente las insinuaciones del diablo. Cada vez que te encuentres a ti mismo criticándote amargamente y acusándote y robándote la gracia y el amor de Dios puedes estar seguro que estás escuchando a la persona equivocada. Las palabras de Dios, aún cuando nos tiene que regañar por algo, nunca producen un efecto de desánimo y desesperanza. Pueden ser duras sus palabras, pero siempre nos llevarán a la esperanza y nos abrirán la puerta a una nueva oportunidad.
Hebreos 12 nos da un ejemplo de cómo habla nuestro Padre celestial cuando necesita disciplinarnos: “¿Acaso olvidaron las palabras de aliento con que Dios les habló a ustedes como a hijos? Él dijo: «Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor y no te des por vencido cuando te corrige»” (v.5).
Aprecio tus comentarios.
Me pega particularmente duro este mensaje hoy, ahora que ando buscando chamba es mi costumbre de años hacer caso a las palabras que me acusan, me critican amargamente, me siento el ejemplo perfecto del síndrome del impostor... y es por eso , por escuchar lo que el enemigo tiene que decir , realmente quiero aprender a ignorarlo.