Por eso, cuando Cristo vino al mundo, le dijo a Dios: «No quisiste sacrificios de animales ni ofrendas por el pecado. Pero me has dado un cuerpo para ofrecer. Hebreos 10:5 (NTV).
En la obra musical de Navidad El Llegó, que el Señor nos dio a Palabra de Vida, a través de la inspiración de Kristen Román, hay una escena en la que el Padre y el Espíritu Santo, estando en la gloria celestial, despiden a Jesús para que entre al mundo. Jesús se quita su corona, que representa su gloria divina, y el Espíritu Santo le cambia las vestiduras blancas y resplandecientes por un atuendo pardusco, infinitamente más modesto, que representa la humanidad de Jesús.
Esto es una forma artística hermosa de representar el misterio de la Encarnación. Pero, la realidad en sí escapa totalmente a nuestra comprensión. Pensar que Nuestro Señor Jesucristo “desapareció” del cielo e inmediatamente “apareció” en el vientre de María como uno de sus óvulos fecundado por el Espíritu Santo, va más allá de la imaginación humana.
Jesús tuvo que “esperar” nueve meses para nacer, presumiblemente sin una conciencia de lo que estaba sucediendo en el vientre, como cualquier otro ser humano. Luego, al nacer, fue un bebé normal, que no tenía una conciencia de su identidad ni superpoderes. Y era totalmente dependiente de la alimentación y cuidado que le brindaban sus padres.
Sólo fue poco a poco que Jesús empezó a estar conciente de su identidad y misión.
Pienso que podemos hacer un paralelo con la vida del profeta Samuel. El sirvió a Dios desde su temprana infancia en el tabernáculo en Silo. Y fue poco a poco que se dio cuenta de su identidad como profeta y de su misión profética a Israel. Éste proceso comenzó cuando empezó a escuchar la voz de Dios y fue entrenado para obedecerla.
Probablemente, algo similar sucedió con Jesús. Por medio de la instrucción de sus padres y de sus autoridades espirituales, y sobre todo, en su devoción personal con Dios, él seguramente comenzó escuchar la voz del padre y a entender quién era él y porqué había venido a este mundo. Está claro por el evangelio que cuando llegó a la edad de 12 años ya parecía estar plenamente consciente de su identidad y misión, pues cuando sus padres lo encontraron “perdido” en el templo él expresó: “¿Pero por qué tuvieron que buscarme?—les preguntó—. ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?” (Lucas 2:49, NTV).
¿Qué te dice este misterio acerca de todos los demás misterios que rodean a La Navidad?
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