Pronto se desató una tormenta feroz y olas violentas entraban en la barca, la cual empezó a llenarse de agua.
Jesús estaba dormido en la parte posterior de la barca, con la cabeza recostada en una almohada. Los discípulos lo despertaron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?», gritaron.
Cuando Jesús se despertó, reprendió al viento y dijo a las olas: «¡Silencio! ¡Cálmense!». De repente, el viento se detuvo y hubo una gran calma (Marcos 4:37-39, NTV).
Hacer de nuestros hogares un lugar de refugio obviamente no es tan sencillo. Nosotros como cabezas de hogar sin duda hospedamos en nuestros corazones un montón de temores. Muchos de esos temores tienen que ver con nuestra propia vida y nuestras inseguridades personales. A esto, súmale todos aquellos que tienen que ver precisamente con nuestra familia. Sentimos miedo de qué nuestros hijos tomen una decisión equivocada, o una serie de decisiones que se convierta en todo un rumbo equivocado. Nos da miedo que se enfermen de gravedad, o que escojan mal a su pareja o que, aun escogiendo bien, naufraguen en sus matrimonios. Las posibilidades son infinitas.
En estas circunstancias es difícil transmitir una sensación de seguridad a nuestra familia. Y, sin embargo, es esencial progresar en este tema, ya no sólo por nosotros mismos, por nuestra propia paz interior, sino por el bienestar de nuestros hogares. Por eso es indispensable que trabajemos en nuestra propia sensación de seguridad. Y esto es imposible sin una relación cercana con Jesús.
En el pasaje de la tormenta alrededor de la barca, los discípulos, casi todos ellos cabezas de hogar, aprenden a recibir la paz de Cristo antes de poder llevarla a sus hogares. Jesús mismo es como el Padre de familia para ellos, un padre de familia que bajo la gracia y el poder de Dios trae paz y seguridad a las circunstancias peligrosas en las que se encuentran.
La gran lección que ellos aprenden, y de la que surge su futura capacidad de proveer paz y seguridad, tanto a sus hogares como a sus propios discípulos, empieza cuando descubren que están equivocados al creer que al Maestro “no le importa que se ahoguen” (v.38). Esa idea es el fruto de sus temores.
Cuándo nosotros descubrimos, realmente descubrimos, que estamos muy equivocados al pensar que a Dios “no le importa” lo que nos suceda. O que, porque hay circunstancias agravantes en nuestras vidas que hacen que aunque a Dios le importe, no pueda hacer nada por nosotros. Cuando pensamos que a causa de nuestras fallas, o de nuestra ignorancia, o de nuestros olvidos o descuidos, no estamos a salvo en nuestra “barca familiar,” estamos muy equivocados.
El Señor Jesucristo ha prometido, independientemente de nuestro desempeño:
«Nunca te fallaré.
Jamás te abandonaré»
Hebreos 13:5 (NTV)
Él ha pronunciado sobre nuestros hogares:
“La paz de Dios sea sobre esta casa”.
Lucas 10:5 (NTV).
¿Qué te dice todo esto en este momento de tu vida?
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