top of page

La Invitación

  • Foto del escritor: Gabriel Miyar
    Gabriel Miyar
  • 29 oct
  • 2 Min. de lectura

En otro tiempo yo tenía vida aparte de la Ley; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado y yo morí. Romanos 7:9


En una caja de fotos que tengo arrumbada (¡fotos físicas en papel!) hay una tarjeta con un dibujo a colores muy bonito en el que un bebé sale de entre las dos mitades de un cascarón, como pollito. El bebé en el dibujo es rubio, y no tiene nada que ver conmigo, pero esta tarjeta es la invitación a mi bautizo, que fue 10 días después de qué nací. ¡No sé cómo no se perdió en todos estos años la dichosa invitación!


La realidad es que yo no me acuerdo de absolutamente nada de mi bautizo tradicional. Repito, sólo tenía 10 días de haber nacido. Tampoco creo que en ese tiempo haya yo acumulado una deuda moral con Dios. Y si me hubiera dedicado a pecar ávidamente durante esos primeros 10 días, no habría sabido cómo arrepentirme ni cómo expresar mi arrepentimiento.


No me estoy burlando de la tradición, pero es una realidad. Ahora que conozco la Palabra de Dios, no me puedo imaginar como un acto tan importante ni siquiera se registró en mi memoria. También ahora que conozco la Palabra de Dios, no veo como Dios pudiera querer que pasáramos por ese acto tan crucial de manera inconsciente.


En la Biblia jamás se bautiza a los bebés o niños pequeños. Se bautizaba a jóvenes y adultos conscientes, muy conscientes de lo que estaban haciendo. Pero, como veíamos ayer, en los primeros siglos del cristianismo se empezó a interpretar el bautismo como algo que salvaba, independientemente de la fe. Por lo mismo, muchos creyentes comenzaron a postergar su bautismo hasta el final de sus días para “darle vuelo a la hilacha” y al final tener la certeza de qué irían al cielo. Por la misma razón, pronto el péndulo giró en la dirección contraria y decidieron que había que bautizar a los niños para que si morían pudieran ir al cielo.


Tenían un concepto erróneo del llamado “pecado original.” Pensaban que un bebé nacía en pecado por el pecado de Adán. Por lo tanto, si moría sin un rito o una práctica salvífica, si bien no iba al infierno, iba a otro lugar, realmente no menos espantoso, llamado Limbo.


Bíblicamente, lo que significa el pecado original es que todos nacemos con la tendencia invariable a pecar. Es como una semilla que germinará sí o sí, tan pronto como aprendemos a distinguir entre el bien y el mal. (Como Adán, frente al árbol del bien y del mal).


Lo que nuestra cita del encabezado describe, es a Pablo entre su nacimiento y el momento en que supo por primera vez que lo que estaba haciendo, o dejando de hacer, era pecado y sin embargo siguió adelante haciendo lo malo o dejando de hacer lo bueno. En ese momento como dice Pablo, el pecado “revive” y pasamos a ser pecadores con todas las de la ley. Entonces necesitamos a Cristo.


«Señor, gracias que ahora conocemos la verdad y entendemos el verdadero significado del bautismo. Por eso instruimos a los pequeños desde muy temprano, para que sepan qué hacer cuando se encuentren ante el árbol del bien y del mal.»

 
 
 

4 comentarios



Alex Sandoval
Alex Sandoval
30 oct

Amén

Me gusta

Julio Gerardo
Julio Gerardo
29 oct

En una predica de Kathryn Kuhlman dice que Dios NO unge para BRILLAR, UNGE para MORIR. Toma sentido con la cita que compartes y tu experiencia. Gracias.

Me gusta

Andrea Martinez
Andrea Martinez
29 oct

🙏🏽🙏🏽 Amen!! Justo hoy, en estos momentos, necesitaba leer esto!! 😭

Me gusta
bottom of page