Hijos e Hijas de Dios
- Gabriel Miyar

- 26 sept
- 2 Min. de lectura
Sin embargo, cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley. Dios lo envió para que comprara la libertad de los que éramos esclavos de la ley, a fin de poder adoptarnos como sus propios hijos. Gál. 4:4-5
Ayer Danielita nos hablaba de como Dios nos adoptó. Pero, muchos de nosotros cuando escuchamos que fuimos adoptados por Dios de alguna manera asociamos la palabra adopción con algo que no parece ser genuino, pues quien es adoptado no es realmente un hijo biológico de sus padres adoptivos. De hecho, recuerdo que cuando era niño de primaria, si alguien quería insultarte te decía que eras “adoptado.” Esto es lamentable, ya que ser adoptados por alguien es una bendición incomparable. De hecho, los padres adoptivos escogen a su hijo, mientras que los padres naturales se tienen que conformar con “lo que les toque.” Ser un hijo adoptivo es haber sido escogido por puro amor y acogido en el seno de una familia de la manera más voluntaria e intencional.
Pero, en realidad, cuándo Dios nos adopta nos infunde su propia naturaleza por medio de su Espíritu Santo:
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. 15 Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!». 16 El Espíritu mismo asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. 17 Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. Romanos 8:14-17 (NVI).
Podemos decir que nos convertimos en hijos “biológicos.” Por eso el apóstol Juan dice:
Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Juan 1:12-13 (RV’60).
Nota la palabra “engendrados.” Engendrar es lo que el padre humano hace cuando contribuye con su simiente a la formación biológica de la criatura.
Miren con cuánto amor nos ama nuestro Padre que nos llama sus hijos, ¡y eso es lo que somos! Pero la gente de este mundo no reconoce que somos hijos de Dios, porque no lo conocen a él. 1 Juan 3:1.
«Gózate y deléitate en esta verdad y construye tu identidad sobre esta realidad central.»

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