Espacios Sagrados
- Gabriel Miyar

- 4 ago
- 2 Min. de lectura
Después los apóstoles regresaron del monte de los Olivos a Jerusalén, a un kilómetro de distancia. Cuando llegaron, subieron a la habitación de la planta alta de la casa donde se hospedaban. Hechos 1:12-13
“¡La habitación de la planta alta de la casa!” Ayer hablábamos de espacios donde se llevan a cabo las diferentes fases de nuestro desarrollo espiritual. Quiero pensar que de alguna forma esos lugares se convierten en espacios sagrados donde el Espíritu Santo nos visita y nos transforma.
Hablábamos del auditorio en el servicio dominical, donde típicamente conocemos a Dios. De la sala de un hogar, donde nos reunimos a experimentar el reto y la maravilla de las relaciones. Relaciones que a veces se complican, pero que son una increíble bendición para nuestro crecimiento. Mencionamos también el salón de clases, donde con frecuencia encontramos nuestros dones y nuestra vocación y también hablamos de la calle o el espacio público donde proclamamos la maravillosamente buena noticia de salvación en Cristo Jesús.
Todos tenemos recuerdos de estos espacios especiales, donde nuestra vida fue transformada. Muchos recuerdan aquel domingo inolvidable en el que respondieron al llamado del Padre de familia celestial, que les dijo: “bienvenido a casa.”
Para algunos de nosotros, el camino de regreso a casa fue como el del hijo pródigo en Lucas 15. Habíamos despilfarrado todas las bendiciones de Dios viviendo perdidamente en todas las vanidades posibles. Pero, un día fuimos guiados por el Espíritu Santo de regreso a casa y aunque era lo último que merecíamos, nuestro padre nos hizo una fiesta de recepción que todavía nos conmueve.
Sí, ayer hablábamos del milagro que representa el domingo, reunidos delante de Dios, respondiendo al doble llamado de: “Vengan, adoremos e inclinémonos” (“arrodillémonos delante del Señor, nuestro creador, porque él es nuestro Dios,” dice la frase completa).
Y el llamado a confiar en que: “Somos el pueblo que él vigila, el rebaño a su cuidado.” Salmo 95:6 y 7. El uno nos invita a adorar, y el otro, nos confirma que hemos llegado a casa, y somos “el rebaño” que él cuida y protege.
Todos podemos recordar domingos maravillosos en la presencia de Dios, domingos, que transformaron nuestra vida y la siguen transformando, de modo que su poder trasciende, ya no digamos al resto de la semana, sino muchas veces al resto de nuestra vida. Gracias a Dios por el milagro del domingo.
Considera la gloria de este espacio sagrado, y anímate a invitar a otros experimentarla.
Lectura bíblica:
Hechos 1

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