Hace un rato llegamos de una funeraria. El padre de una fiel miembro de la iglesia falleció a los 96 años. Gracias a Dios había recibido a Cristo en su corazón antes de entrar en la etapa más grave de su enfermedad. Ahí en la funeraria tuve la oportunidad de compartir el evangelio libremente a los familiares. Sabes, el hecho de estar en una funeraria obviamente hace más fácil el hablar de la muerte y lo que viene detrás de ella. La gente puede estar más sensibilizada a temas de vida o muerte y de la eternidad en estas circunstancias.
Cómo he estado escribiendo en este blog acerca de las luchas que podemos tener al compartir el evangelio, la sensación de estar acorralando a las personas en momentos en los que están vulnerables y cosas así, eso me dio una nueva sensibilidad como para ponerme en los zapatos de ellos. Por lo tanto, esta vez les dije cosas como: “Creo que entiendo lo que es estar de su lado escuchando a un tipo raro hablar sobre salvación, cielo e infierno y la eternidad. Debe sonar muy desquiciado. Sé que estoy invadiendo su espacio y les agradezco que me brinden su atención...”
Les compartí las buenas noticias con mucha franqueza y apertura, y espero que con mucha claridad. Yo veía que estaban muy atentos y algunos asentían con la cabeza. Además, el Espíritu Santo me dio una gracia especial y hubo momentos en que se reían de la forma en que les hablaba. Mayormente a costa mía. (Recordé a aquel cómico cristiano cuyos chistes se basan en reírse de si mismo y no de los demás).
Les dije que en nuestra cultura a Jesús lo conocemos como Nuestro “Salvador,” pero que muchas veces no sabemos de qué se supone que nos salva. Porque no nos salva de sufrir, les dije, pues tanto Yessi como yo hemos pasado por terribles angustias y pérdidas, horrendas. Pues Dios puede permitir muchísimo sufrimiento en la vida de los creyentes. Pero eso sí, algo que, si le damos oportunidad, él jamás permitirá que suceda es que nos perdamos por la eternidad. Él puede permitir que perdamos casi todo, hasta nuestra propia vida, pero jamás permitirá que nos perdamos para siempre, si le damos la oportunidad. A partir de allí les hablé de qué y como nos salvó.
Al final les dije que iba cometer la peor invasión de todas invitándolos a recibir a Cristo en su corazón. Así que oramos con mucha libertad y, al parecer, varios de ellos lo hicieron con sinceridad.
Seguramente por eso Eclesiastés 7:2 dice: “Vale más pasar el tiempo en funerales que en festejos. Al fin y al cabo, todos morimos, así que los que viven deberían tenerlo muy presente.”
Aprecio tus comentarios.
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