El Primer Vistazo a Goliat
- Fernando Avilés
- 10 oct
- 2 Min. de lectura
“No temas, porque yo estoy contigo.” Isaías 41:10 (RVC)
Cuando David vio por primera vez a Goliat, no vio lo mismo que todos los demás. Israel veía un gigante invencible, pero David vio una oportunidad para que Dios fuera glorificado. La tendencia de su corazón —ver las cosas desde Dios y no desde el miedo— lo cambió todo.
Ante las dificultades, nuestra reacción natural es medir los problemas con nuestras propias fuerzas. Nos preguntamos: “¿Podré con esto?”, “¿Y si fracaso?”, “¿Y si me vence?”, “¿Y si no soy suficiente?”. Pero Dios nos invita a mirar con ojos distintos: no los nuestros, temerosos y limitados, sino los suyos, llenos de poder y propósito.
El pueblo temblaba porque veía la estatura del enemigo, y tenían razón: Goliat era realmente imponente. Esa es la paradoja: muchas veces tenemos “razón” para tener miedo. Pero David se fortalecía en la grandeza de su Dios, y lo hacía más allá de su razón humana. Donde los demás vieron una espada, él vio una causa divina. Donde los demás sintieron miedo —un miedo lógico— él sintió celo por el honor de Dios. No fue su fuerza la que lo impulsó a pelear, sino su convicción de que Dios es quien dice ser, y su recuerdo de ese mismo Dios dándole capacidad ante el león y el oso.
En 1 Samuel 17:45 (RVC), David le dijo al filisteo: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.” Esa es la diferencia entre quien enfrenta la vida confiando en sí mismo y quien lo hace confiando en Dios. David fue el único que recordó lo que Israel había olvidado: quién era su Dios.
Enfrentar las dificultades desde la fe no significa negar el miedo ni el tamaño de los problemas, sino verlos desde una verdad más alta. Cuando Jesús calmó la tormenta, los discípulos vieron peligro, pero Él les reveló su autoridad sobre su propia creación. No es la tormenta la que determina el final, sino la mirada con la que la enfrentamos: si confiamos en nosotros, o si confiamos en Dios.
La próxima vez que veas tu “Goliat”, recuerda el primer vistazo de David. No veas solo el tamaño del gigante: mira el tamaño de tu Dios, poderoso y eterno. Los gigantes pueden rugir, pero la voz que sostiene el universo ruge más fuerte diciendo:
¡No temas, porque yo estoy contigo!

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¡Gracias por recordarnos esta verdad!