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El Evangelio en Harvard

  • Foto del escritor: Gabriel Miyar
    Gabriel Miyar
  • 25 ago
  • 2 Min. de lectura

Entonces Pablo, de pie ante el Concilio, les dirigió las siguientes palabras: «Hombres de Atenas, veo que ustedes son muy religiosos en todo sentido...» Hechos 17:22


Tras un buen kilometraje por tierra y mar, Pablo llega a la gran ciudad griega de Atenas, la capital cultural e intelectual del imperio romano. Los historiadores antiguos describían a Atenas como un lugar súper religioso y a los atenienses como extremadamente curiosos intelectualmente. Hechos los describe así, no sin un toque de humor: “Cabe explicar que todos los atenienses, al igual que los extranjeros que están en Atenas, al parecer pasan todo el tiempo discutiendo las ideas más recientes” (17:21).


Pablo empieza predicando en la plaza pública, donde lo invitan a dirigirse al “areópago,” que significa “La Roca de Marte” y era la asamblea de las autoridades políticas e intelectuales de la ciudad. Pablo termina frente al equivalente antiguo del cuerpo docente de la Universidad de Harvard o alguna otra universidad prestigiosa. Esta distinguida agrupación le pide a Pablo que explique este nuevo y “extraño” mensaje religioso. Una oportunidad demasiado bella para desperdiciarla. ¡El evangelio ha llegado hasta el corazón de la élite intelectual del imperio!


¿Cómo pudo este chaparrito terminar dirigiéndose a tan augusto conglomerado y exponiendo la ignorancia de ellos? ¡Sorprendente! Pero, el verdadero logro es que el mensaje acerca de Jesús—la Palabra de Dios— siempre hallará a su público, no importa que tan noble o inaccesible se nos pueda antojar ese segmento de la población. Más aún, el evangelio hablará el lenguaje de ese público; manejará sus ideas y hallará terreno común con las presuposiciones básicas de su público, y, de pilón, en el proceso revelará la miopía de su filosofía. ¡No hay público que se le escape al impacto del Evangelio! El Dios de Jesucristo tiene mucho que ver tanto con Atenas como con Jerusalén. La palabra de Dios encaja en este lugar, y en cualquier otro.


Y aunque la mayoría de ese refinado público finalmente rechazó el mensaje, no fue porque al mensaje le faltara nada, pues Pablo aun citó a un par de filósofos griegos en su ponencia. La gente reunida allí no podrá decir en el Día del Juicio que no oyó la Buena Noticia claramente. Fue sólo su arrogancia y la dureza de su corazón la que le impidió al evangelio tener más fruto. Con todo, “algunos se unieron a él y se convirtieron en creyentes. Entre ellos estaban Dionisio—un miembro del Concilio—, una mujer llamada Dámaris y varios más.” (17:34). Siempre habrá fruto, aún en los terrenos más escarpados.


Disfruta esta fascinante narrativa y edifícate en el poder imparable del evangelio que siempre da fruto. ¡No dejes de hablar de Jesús!


Lectura bíblica:

Hechos 17

 
 
 
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