Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan.
Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda
y guíame por el camino de la vida eterna.
Salmo 139:23-24
Ayer básicamente hablamos al culpable que se sabe culpable, que reconoce su pecado y está arrepentido y luchando para erradicarlo de su vida. A pesar de nuestras constantes caídas, si nos mantenemos al día limpiando nuestra consciencia cada vez que fallamos y estamos haciendo esfuerzos sinceros y significativos para elminar por completo ese pecado de nuestras vidas, no debemos vivir con culpa. Siempre y cuando el arrepentimiento y el deseo de cambiar sean genuinos y no sólo una manera de “comprar tiempo” para seguir disfrutando ese pecado un poco más. Si fuera esto último, necesitas correr a buscar ayuda, ¡estás en peligro de experimentar la disciplina de Dios!
Hoy quiero hablar al culpable que se siente inocente. Es muy difícil tratar de ver un “punto ciego.” Y la única esperanza reside en que la persona abra un poquito su corazón a la posibilidad de estar equivocada. No quiero decir que esté equivocada en todo, sino en alguna área de su vida y relaciones.
Lo más seguro es que ya habrán instancias de gente que te indica de alguna manera que estás fallando. Sé que hay situaciones relacionales complejas y, por conflictos pasados, podemos estar predispuestos a defender nuestra posición. Es aquí donde es necesario abrir el corazón delante de Dios. Si nosotros somos sinceros, el Señor nos revelará. David acostumbraba ir ante Dios y con toda sinceridad decir:
¿Cómo puedo conocer todos los pecados escondidos en mi corazón?
Límpiame de estas faltas ocultas.
¡Libra a tu siervo de pecar intencionalmente!
No permitas que estos pecados me controlen.
Entonces estaré libre de culpa
y seré inocente de grandes pecados. Salmo 19:12-13
Entonces el primer detector que tenemos para reconocer si estamos pecando es la Presencia de Dios en oración. Es por revelación.
El segundo es nuestra consciencia. Dice la Biblia: “porque su propia conciencia y sus propios pensamientos o los acusan o bien les indican que están haciendo lo correcto” (Rom. 2:15). Ahora, la consciencia no es infalible. De hecho, puede estar tan disfuncional como para hablar de una “consciencia cauterizada” (1 Tim. 4:2). Pero, normalmente hace su trabajo. A me nos que se trate de un punto ciego.
Por eso existen otros detectores, si tus seres queridos, amigos o compañeros te señalan áreas en las que presuntamente estás fallando, busca a un amigo sincero o a algún líder en la iglesia que te conozca bien y pídele que te hable con toda sinceridad. Enfrentar algo así puede ser algo doloroso, pero dice la Palabra: “Las heridas de un amigo sincero son mejores que muchos besos de un enemigo” (Prov. 27:6). Es responsabilidad de los amigos “herir” cuando la situación lo amerite. Un amigo que no lo hace, no es amigo.
«Señor, examíname y háblame de esas cosas que me señalan y en las que no me parcece estar equivocado, pero no quiero confiar en mi propio corazón que es engañoso (Jer. 17:9-10), muéstrame Tú aquellas cosas que no puedo ver por mi mismo.»
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