Porque, por medio de él, Dios creó todo lo que existe en los lugares celestiales y en la tierra. Hizo las cosas que podemos ver y las que no podemos ver, tales como tronos, reinos, gobernantes y autoridades del mundo invisible. Todo fue creado por medio de él y para él. Colosenses 1:16
A diferencia de la mayoría de la gente, yo no siento una tierna nostalgia estilo Dickens en la Navidad. La festividad cayó apenas unos días después de la muerte de mi padre en mi temprana infancia, y todos mis recuerdos de la temporada están oscurecidos por la sombra de esa tristeza. Por esta razón, quizás, no me conmuevo mucho ante la imagen del pesebre y de los brillantes arbolitos. Sin embargo, cada vez más el significado de la Navidad ha crecido para mí, primariamente como una respuesta a mis dudas y un antídoto a mi olvido.
En la Navidad, los mundos secular y espiritual se funden. Si tú lees la Biblia lado al lado con un libro de historia mundial, te darás cuenta de lo escasamente que sucede algo así. El libro de historia resalta las glorias del antiguo Egipto y las pirámides; el Libro de Exodo menciona los nombres de dos parteras hebreas, pero nunca identifica al faraón por nombre. El libro de historia honra las contribuciones de Grecia y Roma; la Biblia contiene sólo unas pocas referencias, en su mayoría negativas, y trata a las grandes civilizaciones como mero telón de fondo para el trabajo de Dios entre los judíos.
Sin embargo, en Jesús, los dos libros concuerdan. Encendí mi computadora esta mañana y Microsoft Windows me dio la fecha, implícitamente reconociendo lo que los evangelios y el libro de historia ambos afirman: no importa lo que tú creas al respecto, el nacimiento de Jesú, fue tan importante que dividió la historia en dos partes. Todo lo que ha sucedido alguna vez en este planeta cae en una categoría de antes o después de Cristo.
En el frío, en la oscuridad, entre las arrugadas colinas de Belén, Dios que no conoce un antes o un después, entró en el tiempo y el espacio. Aquel que no conoce límite alguno, adoptó un montón de límites: El restringido espacio del cuerpecito de un bebé, las siniestras restricciones de la mortalidad. “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito sobre toda creación,” diría un apóstol tiempo después; “Él ya existía antes de todas las cosas y mantiene unida toda la creación.” Pero los pocos testigos aquella noche de Navidad, no vieron nada de esto. Sólo vieron a un bebé, luchando por usar sus nuevos pulmones.
«Señor, sigue mostrándome el profundo sentido de la Navidad. Satúrame de este sentir de modo que no vuelva a ver jamás esta festividad con los ojos limitados de antes. Te lo pido para la gloria de tu Hijo Jesús, amén.»
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