« —¡Qué cosa tan extraña!—respondió el hombre—. A mí me sanó los ojos, ¿y ustedes ni siquiera saben de dónde proviene? Sabemos que Dios no escucha a los pecadores pero está dispuesto a escuchar a los que lo adoran y hacen su voluntad. Desde el principio del mundo, nadie ha podido abrir los ojos de un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de parte de Dios, no habría podido hacerlo.» (Juan 9:30-33).
¡Que cosa tan extraña (θαυμαστός—algo que rebasa el entendimiento)!
«Él contestó: — ¡Eso es lo verdaderamente sorprendente! Resulta que a mí me ha dado la vista, y ustedes ni siquiera saben de dónde es» (BLPH).
Para usar una comparación con la profesión de la medicina, es como si el hombre que había sido ciego dijera: “Ustedes son médicos especialistas. A pesar de ello, jamás han podido curar esta clase de enfermedad, y de repente aparece un médico que la cura, ¡y ustedes no tienen idea de dónde salió! ¿Donde han estado ejerciendo?”
Los fariseos, en su ceguera espiritual, a pesar de estar ante un milagro evidentemente de corte divino, no podían verlo porque estaban obsesionados con su observancia rigorista de los mandamientos y procedimientos.
El hombre que fue sanado, en cambio, es perfectamente capaz de VER más allá del mandamiento presuntamente quebrantado. Su razonamiento es muy CLARIDOSO.
Primero dice: «Yo no sé si [Jesús] es un pecador... » (v.25) —y es un “yo-no-sé” que parodia la arrogancia del «nosotros-sabemos» de los fariseos. Luego añade:
«Sabemos que Dios no escucha a los pecadores pero está dispuesto a escuchar a los que lo adoran y hacen su voluntad» (v.31).
De hecho, no está diciendo de una manera categórica que Dios no escucha nunca a los pecadores, pues sabemos que Dios sí los escucha, especialmente cuando expresan arrepentimiento— acuérdate de la parábola del Publicano y el Fariseo:
«Pero el publicano, de pie a cierta distancia, no quería ni alzar los ojos al cielo sino que se golpeaba el pecho diciendo: ‘Dios, sé propicio a mí, que soy pecador’» (Lucas 18:13).
Y también, del mismo autor de nuestro Evangelio:
«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).
Lo que quiere decir el hombre que fue sanado es que Dios no respalda con su poder las actividades ministeriales de los “pecadores-no-arrepentidos” (como decía San Agustín) porque no escucha sus oraciones al respecto. Cualquier poder que pudiera estar involucrado en las actividades de un pecador no arrepentido surge de otra fuente:
«Muchos me dirán en aquel día: ‘¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre? ¿En tu nombre no echamos demonios? ¿Y en tu nombre no hicimos muchas obras poderosas?’. Entonces yo les declararé: ‘Nunca les he conocido. ¡Apártense de mí, obradores de maldad!’» (Mateo 7:22-23)
El comentario del que había sido ciego, por cierto, nos revela a los lectores algo que no podríamos haber sabido de otra forma, que Jesús realizó su milagro (y por extensión todos sus milagros) por medio de la oración: Dios lo escuchaba.
Así que, amigos, ¡a mantenernos sanos espiritualmente (santos) y echarle toda la fe del mundo a nuestras oraciones!
P.D. Si quieren saber más sobre este maravilloso episodio de Juan 9, a las 7:00 pm. voy a publicar una reflexión más amplia al respecto. Usen el mismo link que usaron para ver esta reflexión. Gracias.
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