Lo que les voy a compartir hoy es parte del trasfondo del mensaje que se va a predicar en todo IPV este próximo domingo 13 de agosto. No quiero “espoilear” ninguna parte del mensaje, pero creo que un pequeño “trailer” puede incluso despertar interés por la próxima predicación.
Hablando de nuestra identidad como “agentes de la gracia,” una perspectiva informada por la gracia reconocerá que nuestros mejores momentos se forjan en los peores. Esto sigue la línea de lo que dice Pablo en Rom. 5:7-8 (NTV): “...Tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona extraordinariamente buena; pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores.” La Buena Noticia es que Dios nos ama de verdad, ¡aún cuando no cumplimos sus expectativas!
El amor de Dios no es condicional, no depende de lo que hacemos ni se basa en una idea de: “Te voy a amar cuando… o te voy a amar si es que…” en lugar de esto, nos busca y acepta en los momentos de mayor derrota y vergüenza.
Y la idea es que echemos mano de esta gracia en todas nuestras relaciones. Que seamos personas que extienden gracia. Quizás no haya lugar más complicado que el matrimonio para extender gracia. Esto es debido, entre otras cosas, a la intensa familiaridad que muchas veces se convierte en un caldo de cultivo donde crecen la impaciencia, la intolerancia, la insensibilidad y todas esas infecciones que atacan al órgano de la gracia.
Al tratar de explicar el atractivo del matrimonio a su hija adolescente que, como muchos jóvenes hoy en día, no tiene ningún interés en este arreglo formal llamado matrimonio, la columnista del New York Times Heather Havrilesky dice algo maravilloso en cuanto al amor de pareja:
«El matrimonio sencillamente no se trata de vivir tu mejor vida en sincronía con tu pareja. Algunos de los momentos sobresalientes de un matrimonio se dan cuando compartes tus ansiedades, tus temores, tus anhelos y aún tus horrores… Por eso es que la enfermedad y la muerte son el centro de los votos matrimoniales. Porque no hay nada más divino que ser capaces de decir, en voz alta: “Hoy, me hallo en mi peor momento,” sabiendo que esto no hará que mi pareja salga destapada rumbo al cerro. Mi esposo ha visto lo peor de mí antes. Ambos sabemos que nuestro peor probablemente empeore. Y esto, curiosamente se siente como gracia.»
Si Dios nos amó en nuestro peor momento, cuando éramos sus enemigos, y nos amará aún si empeoramos, de igual manera, nosotros debemos amar a las personas así, entendiendo que no son perfectas y que de seguro en algún momento harán algo que no nos guste o incluso nos lastime.
Ya sabes que me interesan tus comentarios.
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