De Esclavos a Hijos
- Gabriel Miyar
- 28 oct 2024
- 2 Min. de lectura
Ahora ya no eres un esclavo sino un hijo de Dios, y como eres su hijo, Dios te ha hecho su heredero. Gálatas 4:7
Ayer, como segunda entrega de la serie ¿Qué Sigue? dentro del primer paso de Conocer a Dios hablamos de conocer a Dios como padre. Esta es realmente la relación crucial que tenemos con Dios. Es verdad que somos criaturas de Dios, siervos de Dios, colaboradores de Dios, y así sucesivamente, pero la relación central que tenemos con Dios es como hijos. Y es la posición de total seguridad, un siervo puede dejar de ser siervo si renuncia o es despedido, pero un hijo nunca deja de serlo, aunque se pelee con su padre y se vaya de la casa.
Hace dos domingos comenzamos este tema de conocer a Dios y hablamos de que la salvación es un regalo que Dios nos da a través de su Hijo Jesucristo, Quien saldó nuestra cuenta con Dios e hizo posible nuestro acceso a la familia eterna de Dios. El apóstol Juan lo pone así en su evangelio: “pero a todos los que creyeron en él y lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1:12).
Ser hijos de Dios es algo que “se llega a ser.” No es algo con lo que nacimos a este mundo. Nacimos como critauras de Dios, destituidos de la familia de Dios, en enemistad con él y en esclavitud al pecado. Sólo por medio de una relación personal y voluntaria con Jesucristo es que podemos llegar a ser hijos de Dios. Dios nos adopta en Cristo y nos da la misma relación que Él tiene con Cristo.
Sin embargo, cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley. Dios lo envió para que comprara la libertad de los que éramos esclavos de la ley, a fin de poder adoptarnos como sus propios hijos.
Gál. 4:4-5
Pero, sólo por sabernos hijos de Dios, convencidos de serlo, quiere decir que ya nos sentimos hijos de Dios. Por eso Pablo continúa:
y debido a que somos sus hijos, Dios envió al Espíritu de su Hijo a nuestro corazón, el cual nos impulsa a exclamar «Abba, Padre» Gál. 4:6
“Sentirnos” hijos de Dios con toda la aceptación y la seguridad y todos los derechos que ello implica es algo surge de adentro por obra del Espíritu Santo. Esto puede ser algo inmediato o puede llevarnos un buen llegar a escuchar esta voz interna que nos impulsa desde adentro para llamar a Dios ¡Abba! (lit. “papi”).
«Señor, revélame en lo más profundo de mi ser por medio de tu Espíritu Santo que soy tu hijo acepto y amado y que estás agradado de que sea tu hijo.»
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