En este tema de la identidad cristiana, los creyentes somos “dadores.” Sería una de las más grandes contradicciones no serlo. ¿Por qué? Pues, porque somos gente que ha recibido la vida eterna como un regalo inmerecido. Y todo lo demás, incluyendo por supuesto nuestra existencia misma. De hecho, Pablo nos pregunta a través de los corintios: «¿Qué tienen que Dios no les haya dado?» (1 Cor. 4:7).
Por eso la palabra de Dios dice que Dios ama al dador alegre:
«Recuerden lo siguiente: un agricultor que siembra solo unas cuantas semillas obtendrá una cosecha pequeña. Pero el que siembra abundantemente obtendrá una cosecha abundante. Cada uno debe decidir en su corazón cuánto dar; y no den de mala gana ni bajo presión, “porque Dios ama a la persona que da con alegría.” Y Dios proveerá con generosidad todo lo que necesiten. Entonces siempre tendrán todo lo necesario y habrá bastante de sobra para compartir con otros.» 2 Corintios 9:6-8 (NTV).
Sí. Dios ama a la persona que da con alegría, primero que nada porque refleja Su carácter y también porque ser dadores alegres es congruente con nuestra condición de beneficiarios. Dice Santiago 1:17: «Todo beneficio y todo don perfecto bajan de lo alto, del creador de la luz, en quien no hay cambios ni períodos de sombra.»
Nosotros somos los que cedemos nuestro asiento en el transporte; somos aquellos que cuando alguien nos chulea algo, muchas veces se lo regalamos; los que dejamos propinas decentes; somos aquellos que no se ponen a pensar tanto si la persona a la que le damos en la calle lo va a usar mal o no. Lo único que sabemos es que la Biblia dice: «Al que te pida dale» (Mat. 5:42).
En una ocasión pagando en el supermercado, la persona que estaba antes de mí, alguien que además llevaba mucha prisa, se dio cuenta, y ya con todos sus productos sobre la banda de la caja, de que había olvidado su cartera en casa. Sin pensarlo dos veces, le dije que con gusto yo podía pagar por eso (no digo que fuera una gran cantidad de dinero, pero tampoco era una nada). Naturalmente, la persona se resistió con mucha pena, insistió una y otra vez que le diera mi número de cuenta para hacerme una transferencia. Finalmente, logré que me aceptara esa dádiva. La persona se fue increíblemente agradecida y yo me sentí increíblemente bien de poder hacer algo por alguien en un apuro.
No lo platico para que recibir ninguna alabanza ni reconocimiento, la verdad fue muy espontáneo y se lo atribuyó totalmente al Inquilino. Es sólo para subrayar que si reconocemos nuestra identidad como dadores, no hay límite en cuanto a lo que podemos hacer.
¿Qué piensas?
Comments