Cuando No Sucede lo que Esperábamos
- Gabriel Miyar

- 15 may
- 2 Min. de lectura
PARTE II
Cuando Acab llegó a su casa, le contó a Jezabel todo lo que Elías había hecho, incluso la manera en que había matado a todos los profetas de Baal. 2 Entonces Jezabel le mandó este mensaje a Elías: «Que los dioses me hieran e incluso me maten si mañana a esta hora yo no te he matado, así como tú los mataste a ellos». 1 Reyes 19:1-2
Ayer veíamos que el ministerio de Elías en el Monte Carmelo no logró transformar realmente a la nación. Y ahora Jezabel estaba más fúrica que nunca (no lo mencioné ayer, pero recuerda que cuando no cayó fuego del cielo de parte de Baal, pero sí de parte de Dios, ¡Elías mandó matar a los 450 profetas de Jezabel!). Así que Elías huye de Jezabel, y sumido en la mayor depresión, se interna en el desierto del Neguev:
“Entonces se levantó, comió y bebió, y la comida le dio fuerza suficiente para viajar durante cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte Sinaí, la montaña de Dios. Allí llegó a una cueva, donde pasó la noche” (vv.8-9). Al siguiente día Dios se le presenta:
El Señor le ordenó:
—Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí.
Mientras estaba allí, el Señor pasó y vino un viento recio, tan violento que partió las montañas y destrozó las rocas, pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. 12 Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. 13 Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva. 1 Reyes 19:11-13a
Así, como el Espíritu Santo fácilmente se manifestaba en forma de “viento recio”, como lo hizo toda aquella noche cuando abrió las aguas del Mar Rojo—Exodo 14:21 (y cómo lo haría varios siglos después en Pentecostés), así como ocasionaba terremotos (como lo haría varios siglos más tarde en Filipo), y así como el Espíritu Santo hizo llover fuego del cielo en el Monte Carmelo (y como haría varios siglos más tarde en Pentecostés), también el Espíritu Santo tiene una respuesta para cuando ni el viento recio, ni el terremoto, ni el fuego pueden ayudarnos: es el suave murmullo.
Cuando estamos viviendo la dolorosa frustración de un desenlace inesperado, el Espíritu Santo tiene un suave murmullo de consolación que nos tranquiliza y trae una paz profunda. Por eso Jesús le llamó el Consolador.
«Espíritu Santo, te doy gracias que tú siempre tienes “viento recio”, “terremoto” y “fuego” para manifestarte con poder en mi vida; pero también el suave murmullo que me guarda en completa paz en medio de dolorosas situaciones que no esperaba. Hoy te necesito como ese suave murmullo que aquieta mi alma.»

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