Ten misericordia de mí, oh Dios,
debido a tu amor inagotable;
a causa de tu gran compasión,
borra la mancha de mis pecados. Salmo 51:1
Ayer hablábamos de Salomón, el famoso hijo de David. Hoy hablaremos de su padre, un hombre muy diferente. Un hombre que realmente conocía a Dios. Como ayer, tomaré una reflexión de Phil Yancey:
El salmo 51, un poema recordatorio, muy probablemente es el resultado más impresionante de ese sórdido affair de David con Betzabé. Una cosa es que un rey confiese un lapsus moral en privado a un profeta. Es algo totalmente distinto que haya compuesto un relato detallado de esa confesión para ser cantada a lo largo y ancho de la tierra de Israel [y del planeta tierra].
Todas las naciones tienen héroes, pero Israel, quizá sea el único que hace literatura épica de las fracasos de sus mayores héroes. Este elocuente salmo, posiblemente usado en los servicios como una guía para confesar pecados, muestra que Israel, en última instancia, recuerda a David más por su devoción a Dios que por sus logros políticos.
Paso a paso, el salmo lleva al lector (o al cantor) a través de las etapas del arrepentimiento. Describe la constante repetición mental— ‘¡oh, si tan sólo se me diera la oportunidad de volver a vivir esto de una manera distinta!’— “Pues reconozco mis rebeliones; día y noche me persiguen” (v.3). La culpabilidad carcomiendo, la vergüenza, y finalmente la esperanza de un nuevo comienzo que surge del verdadero arrepentimiento.
David vive bajo la ley del Antiguo Testamento, que prescribe un duro castigo por sus crímenes: morir a apedreado. Pero, de una manera sorprendente, el salmo 51, revela la verdadera naturaleza del pecado, como una relación con Dios rota. “Contra ti y solo contra ti he pecado; he hecho lo que es malo ante tus ojos” —grita David (V.4). Él no ve que los sacrificios rituales o las ceremonias religiosas vayan a hacer que desaparezca la culpa. “El sacrificio que sí deseas es un espíritu quebrantado; tú no rechazarás un corazón arrepentido y quebrantado, oh Dios” (v.17). Esos, David los tiene.
En medio de su oración, David, busca cualquier posible bien que pudiera quedar de esta tragedia, y ve un destello de luz. Le pide a Dios que use su experiencia como una lección moral para otros. Quizás, al leer su historia de pecado, otros pudieran evitar la misma caída, o al leer su confesión, podrían tener una esperanza de ser perdonados. La oración de David es contestada por completo y se convierte en su mayor legado como rey. El mejor rey de Israel ha caído de lo más alto. Pero ni él, ni nadie, puede caer fuera del alcance del amor y el perdón de Dios.
«Señor, uno mejor que cayó horriblemente. Concédeme la gracia de tu perdón por mis pecados actuales. Por favor libra a tu hijo(a) de pecar contra ti.»
Por su gran amor ahora tenemos a Jesús, nuestro sacrificio propiciatorio.
váyanos a él buscando fuerza y perdón.
Gracias Pastor 🙏🏼
Arturo M.