«¡Saludos, mujer favorecida! ¡El Señor está contigo!» Lucas 1:28
El arte navideño presenta a la familia de Jesús, como íconos estampados en hoja de oro, con una María tranquila que recibe las noticias de la anunciación como una especie de bendición. Pero esa no es para nada la forma en la que Lucas cuenta la historia. María se hallaba “confusa y perturbada” (1:29) y “llena de miedo.” Y cuando el ángel pronunció las sublimes palabras acerca del Hijo del Altísimo, cuyo reinado nunca terminará, María tenía algo un poco más ordinario en su mente: "¡Pero soy virgen!" (1:34).
En las naciones modernas como Estados Unidos, donde cada año casi un millón de chicas adolescentes salen embarazadas fuera del matrimonio, el predicamento de María sin duda ha perdido algo de su fuerza, pero en una cerrada comunidad judía del siglo primero las noticias que trajo el ángel no serían tan bienvenidas. La ley consideraba a una mujer prometida en matrimonio que se embarazaba como una adultera, sujeta a muerte por apedreamiento.
Unos cuantos meses después, el nacimiento de Juan el Bautista se llevó a cabo con “bombos y platillos,” con parteras, parientes de rostro conmovido y el tradicional coro del pueblo que celebraba el nacimiento de un varón judío. Seis meses después, Jesús nació lejos de casa, sin parteras, ni familia extendida, ni el coro del pueblo. Según las leyes romanas, hubiera bastado que la cabeza de la familia se presentara para el censo. Uno se pregunta si el que José haya arrastrado a su esposa bien embarazada hasta Belén, no habrá sido para librarla de la vergüenza de este alumbramiento en su pueblo.
Hoy en día, al leer la narrativa del nacimiento de Jesús, tiemblo de pensar que el destino del mundo entero descansaba sobre la respuesta de dos adolescentes campesinos. ¿Cuántas veces habrá recordado María las palabras del ángel mientras sentía al Hijo de Dios pateando dentro de su útero? ¿Cuántas veces habrá dudado José de su encuentro con el ángel —¿habrá sido sólo un sueño?— mientras soportaba la vergüenza de vivir entre aldeanos que podían ver crecer el vientre de su prometida?
Philip Yancey.
«Señor Jesús, no alcanzamos a comprender todo lo que implicó para ti y para tu familia terrenal el que hayas venido a nacer entre nosotros esa primera Navidad. Pero nuestro corazón se enternece pensando en la magnitud de tu amor por nosotros. Permite que esta Navidad estas reflexiones llenen nuestros corazones y nos inspiren a hablar de ti mientras les servimos a los demás y les damos amoroso testimonio con vidas transformadas por tu amor. »
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