De pronto, se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Y, en ese instante, Jesús desapareció. Lucas 24:31
Cómo les anuncié en la última reflexión, hoy se habló en IPV del encuentro final del seguidor de Jesús con su maestro. En IPV Norte predicó nuestra querida Mónica Braniff. Ella utilizó un pasaje que quedó más que oportuno para el tema. Habló del episodio en el evangelio de Lucas donde dos discípulos van camino de regreso a su aldea de Emaús completamente desilusionados y derrotados. Eran seguidores de Jesús que, después de su muerte, retomaban, desanimados, su vida anterior. Sus sueños había quedado enterrados en Jerusalén junto con Jesús. Al menos eso pensaban ellos.
Muchos de ustedes conocen el pasaje. Mientras estos dos hombres van de regreso a su aldea, Jesús los alcanza en el camino pero ellos no se dan cuenta de qué se trata de Jesús, “sus ojos estaban velados” (NVI). Jesús les pregunta que de qué vienen hablando con tanta intensidad. “Entonces uno de ellos, llamado Cleofas, contestó: —Tú debes de ser la única persona en Jerusalén que no oyó acerca de las cosas que han sucedido allí en los últimos días. —¿Qué cosas? —preguntó Jesús.” (Luc. 24:18-19). ¡Me encanta Jesús, esto último debió haberlo dicho ocultando una sonrisilla!
—Las cosas que le sucedieron a Jesús, el hombre de Nazaret—le dijeron—. Era un profeta que hizo milagros poderosos, y también era un gran maestro a los ojos de Dios y de todo el pueblo. Sin embargo, los principales sacerdotes y otros líderes religiosos lo entregaron para que fuera condenado a muerte, y lo crucificaron. Nosotros teníamos la esperanza de que fuera el Mesías que había venido para rescatar a Israel. Todo esto sucedió hace tres días. (Lucas 24:19-21).
Jesús entonces los reprende severamente por su incredulidad, pues ellos mismos confiesan que algunas seguidoras estaban afirmando que la tumba estaba vacía y que Jesús había resucitado. Obviamente, ellos no lo creyeron, pues de otra manera no irían de regreso a casa “cargados de tristeza” (v.17).
“Entonces Jesús los guio por los escritos de Moisés y de todos los profetas, explicándoles lo que las Escrituras decían acerca de él mismo” (v.27).
Finalmente llegan a casa y le ruegan a Jesús que se quede con ellos. Durante la cena, al bendecir el pan Jesús, “de pronto, se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (v.31). Pero, Jesús desaparece. Entonces ellos emprenden, en ese mismo momento, el camino de regreso a Jerusalén para dar la noticia.
Mi reflexión es sencilla. Cuando finalmente nos encontremos con Jesús y podamos verlo cara cara, que no tenga él que decirnos: “¡Qué necios son! Les cuesta tanto creer todo lo que los profetas escribieron en las Escrituras.” Creamos todas sus promesas “con ojos abiertos” y caminemos al lado de Jesús perfectamente conscientes de su presencia resucitada. Amén.
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