Ayer hablamos de cómo a Robert Wolgemuth cuándo era joven le daba vergüenza cuando su papá compartía el evangelio con extraños. Nos dice él:
“Este era el enfoque de mi papá: entrar con audacia al espacio de un completo extraño y preguntarle sobre cuestiones espirituales. Y como dije varias páginas antes, recuerdo sentirme avergonzado por eso. También confieso que ministerios como Evangelismo Explosivo y Cruzada Estudiantil para Cristo generaron la misma clase de sentimientos en mí. «Es como coleccionar cueros cabelludos», susurraba, y a veces hasta lo decía en voz alta.”*
En efecto, muchos creyentes piensan que es poco sofisticado irrumpir de esta forma en la vida de alguien. Les suena como a falta de educación y buenos modales.
En mis días de Evangelismo Explosivo no teníamos esta clase de escrúpulos. De hecho, nosotros después de saludar a la persona (porque sí saludábamos y hacíamos algo de conversación ligera), íbamos directo a dos preguntas súper personales. La primera era: “¿Ha llegado usted al convencimiento de que si muriera hoy iría al cielo?” —Tal vez llevar a una persona que acabábamos de conocer al día de su muerte no hablaba de buenos modales. Y la segunda pregunta: “¿Si usted se presentara hoy a las puertas del cielo y le preguntaran: «¿Por qué debo dejarte entrar?» ¿Qué diría usted?”
La primera pregunta es para descubrir si la persona tiene la seguridad de la salvación eterna y la segunda es para descubrir en qué está confiando que le dará acceso a la eternidad con Dios.
Pero de eso, que puede ser un poco áspero, a “coleccionar cueros cabelludos” o añadir un nuevo trofeo a nuestra colección de cacería hay demasiada distancia. Jamás pensamos que estábamos anotando puntos o coleccionando trofeos. La verdad es que veíamos a las personas en todas sus carencias, y, sabiendo que nosotros por la gracia de Dios teníamos literalmente la respuesta a su terrible condición, intentábamos llevarlos a reconocer su necesidad y entregarle su vida a Cristo.
Nunca pensamos que preguntarle a alguien si traía puesto su chaleco salvavidas o si sabía dónde estaban los botes de rescate durante un naufragio fuera una falta de educación y buenos modales.
¿Qué piensas tú?
*Wolgemuth, Robert. Recta final (Spanish Edition) (p. 187-188). B&H Publishing Group. Edición de Kindle.
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