Ayer nos quedamos en lo más álgido del conflicto entre Chris y Lynn por la ruptura del acuerdo prenupcial según el cual tanto Chris como Lynn trabajarían tiempo completo mientras el niño estuviera en la guardería. Y entonces temprano en la mañana, en la noche y los fines de semana que estuvieran en casa Chris llevaría el 85% de las responsabilidades de la crianza, mientras que Lynn llevaría el 15%. Esto hasta que el niño entrara en la adolescencia y entonces la mayoría de las responsabilidades recaerían sobre Lynn.
Continuamos:
Entonces, Chris soltó el baldaso de agua fría, le confesó a Lynn que tres meses después de mudarse a vivir juntos había hecho planes para irse de la casa. Había ido tan lejos como para hallar otro departamento y solicitar precios de la mudanza. Ya había tenido más que suficiente de su “existencia impredecible, del hecho de que nunca colgaba mi ropa, tendía la cama, abría mi correo o iba a hacer un mandado.”
Pero Chris no le dio seguimiento a su intención. Por razones que sólo él conoce, Chris se quedó. Quizás fue el resultado de un cuidadoso análisis costo/beneficio, pero yo sospecho que se quedó porque la amaba. No podía evitar amarla. Y el amor nunca es limpio y ordenado. No opera de acuerdo a porcentajes o roles o contratos. Alguien una vez declaró que el amor no lleva la cuenta de las ofensas ( o de los aciertos, lo que aplique).
Lynn logró captar algo de lo mucho que había sido amada —¡y en su expresión menos presentable! No independientemente de su desorden, sino en medio de su caos. Ella concluye el artículo en un aturdido tono de liberación: “Todo el tiempo escuchamos que la calidad de vida de una mujer y su felicidad disminuyen cuando se casa. En mi caso aumentaron. Toda mi vida había sido una gorrona. Cuando se acaba la pasta dental usaba carbonato. Cuando se me acababa el papel higiénico, usaba pañuelos desechables y luego toallas de papel. Ahora estas cosas estaban en el clóset cuando las necesitaba. Podía abrir el refrigerador en cualquier momento y hallar varios litros de leche. Era mágico.”
Habiéndose confrontado con la realidad de ser verdaderamente amada, Lynn bajó los puños y comenzó a reciprocar amor. Comenzó a amar a su hijo, a su esposo, aún su carrera. Esto implicó un costo para ella, pero es un costo que está dispuesta a pagar. Ha quedado libre de la tiranía de la hoja de cálculo. Si hemos de confiar en esta historia entonces hay esperanza para los que están atorados en el tribunal de divorcios. Y no tiene nada que ver con ordenar nuestra vida o hallar el equilibrio correcto. Más bien tiene que ver con la misericordia en medio de las expectativas fallidas de ambos lados. Algunos lo llaman magia; yo le llamo gracia.
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