Les voy a contar una historia real (en dos partes) que podría ilustrar el mensaje que el Espíritu Santo ha preparado para nosotros este próximo domingo. Por razones de tiempo no va a poder ser incluida en el sermón, pero siento que nos va a ayudar mucho con el tema de la clase de amor por la que un día vamos a dar cuentas.
Lynn Messina en la columna Amor Moderno del New York Times del 5 de septiembre de 2013 describe el arreglo prenupcial que hizo con su esposo, Chris. Chris había insistido en que tuvieran hijos, así que acordaron dividir los deberes de la crianza 85/15, con él llevando la mayor parte.
La siguiente etapa de su matrimonio se desarrolló como lo imaginas. Pronto Lynn se encontró cargando con más del 15% de las responsabilidades de criar al niño. La gota que derramó el vaso sucedió una noche cuando Chris llegó a casa tarde del trabajo, en un día en el que ella había tenido que dejar todo para salir corriendo con su hijo al doctor. Cuenta ella:
“¿Cuántas botellas has lavado?”—Le pregunté. “¿Cuántas camisas has lavado? ¿Cuántos chícharos has recogido del suelo?” Las preguntas eran retóricas. Yo sabía las respuestas: ninguna, ninguna y ninguno. Le recordé nuestro arreglo 85/15. Y sin embargo ahí estaba yo, la madre, definida no como la parte femenina de la paternidad, sino como la asistente administrativa del niño, responsable de sus citas, de su archivo, su calendario, su mantenimiento corporal, calentamiento de chícharos y cambio de pañales.
Lynn se apresura a admitir que Chris es un padre muy comprometido. Podía ver lo difícil que le era faltar a su palabra y cuánto remordimiento llevaba a cuestas. Y reconoce que él no escogió hacer chapuza —que las obligaciones profesionales conspiraron en su contra.
Lynn sabía todo esto, pero en ese momento nada de eso sirvió para calmarla. Ella había hablado muy claro con Chris antes de que tuvieran hijos acerca de su fiera resistencia a llenar las expectativas tradicionales de una mujer.
Y Chris no dio su brazo a torcer. Se puso a la defensiva, listando cada parte del departamento que había limpiado en los últimos 12 años (la tina, el lavabo, la tarja, los azulejos y juntas, el microondas, las gavetas, los anaqueles, alfombras, cornisas, quemadores y pretiles). Luego detalló todos los quehaceres que había realizado en el mismo periodo de tiempo, toda la limpieza, barrido, trapeado, lavado, fregado, tallado, raspado, enjuagado, desempolvado y desinfectado.
Porcentajes, negociaciones: este es el lenguaje de la contabilidad; no de las relaciones. Es verdad, su pacto tenía el propósito de regular y proteger especialmente en contra de la estrecha definición de roles que pueden evitar que una mujer florezca más allá de las demandas incesantes de criar niños pequeños. Pero, como en muchas otras ocasiones en las que se hacen acuerdos de este tipo, las expectativas sólo sirven para aislar al uno del otro. El amor sencillamente no puede respirar con tanta expectativa en la habitación.
¿Cómo piensas que va a acabar esta historia?
Continuará mañana...
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