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Amor por el Peor de los Pecadores

Foto del escritor: Gabriel MiyarGabriel Miyar

La siguiente declaración es digna de confianza, y todos deberían aceptarla: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores», de los cuales yo soy el peor de todos. Pero Dios tuvo misericordia de mí, para que Cristo Jesús me usara como principal ejemplo de su gran paciencia aun con los peores pecadores. 1 Tim. 1:15-16


Dentro de la serie “Entregados,” que describe precisamente “cómo vivir una vida dedicada a Dios,” el domingo continuamos con el segundo elemento de lo que consideramos básico para desarrollar esta clase de vida genuínamente entregada a Dios: el Amor de Dios.


El domingo 2 de junio hablamos del primer elemento, que es el Temor de Dios, pues primero necesitamos comprender realmente el temor de Dios, aprendiendo a verlo como el Infinito, Todopoderoso, Santo y Temible Dios que es, a fin de poder verdaderamente apreciar la maravilla de su amor por nosotros.


Nuestros pastores y predicadores hablaron de que una cosa es saber que Dios nos ama y otra saber que Dios nos ama (bueno, lo dijeron en otras palabras). Es decir, podemos saber en nuestra cabeza que Dios nos ama porque lo hemos leído en la Escritura o nos lo han dicho en alguna predicación o enseñanza, pero otra cosa muy diferente es tener una revelación en el corazón de que “Dios me ama a mí,” la persona única y singular… y peculiar que soy. Es esta conciencia de su amor individual por mi la que provoca en mi corazón devoción a él.


Nuestra conciencia del amor de Dios por nosotros debe estar creciendo constantemente. Al madurar en nuestras vidas cristianas, vamos conociendo más y más la santidad de Dios y más y más nuestra propia pecaminosidad. En la Primera Carta de Pablo a Timoteo, Pablo reflexiona acerca de la misericordia de Dios al llamarlo y escogerlo para la proclamación del Evangelio. El recuerda que una vez fue un blasfemo y un violento perseguidor de la iglesia. Esta descripción ya no se aplica a Pablo; está todo en tiempo pasado. Pero al seguir reflexionando acerca de la gracia de Dios, empieza a hablar, al parecer sin darse cuenta, en tiempo presente: «Jesucristo vino a este mundo para salvar a los pecadores del castigo que merecen, ¡y yo soy el peor pecador de todos!» (1 Tim.1:15 TLA).


Al crecer más y más en su conocimiento de la voluntad perfecta de Dios, más y más ve su propia pecaminosidad, pero a la vez, más y más entiende el amor de Dios por él. Y entre más está conciente del amor de Dios, más y más su corazón se entrega en devoción a Dios.


«Señor, cada vez que me equivoco y me doy cuenta del lo corto que me quedo de tu voluntad perfecta para mi, más y más aprecio tu gran amor por mi y tu infinita gracia y misericordia. Por favor, revélame tu amor de una forma creciente. Amén»

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