Con la autoridad del Señor digo lo siguiente: ya no vivan como los que no conocen a Dios, porque ellos están irremediablemente confundidos. Tienen la mente llena de oscuridad; vagan lejos de la vida que Dios ofrece, porque cerraron la mente y endurecieron el corazón hacia él. Han perdido la vergüenza. Viven para los placeres sensuales y practican con gusto toda clase de impureza. Efesios 4:16-19
Este pasaje describe al mundo, la muchedumbre, la multitud de seres humanos que nos rodea y que no conocen a Dios, aunque muchos de ellos creen conocerlo. Y esto era así en tiempos de Jeremías, y en tiempos de Jesus. Y en nuestro tiempo, todavía más. En medio de esta sociedad pervertida y decadente, los recabitas resaltaban de la manera más llamativa. Vivían en absoluto contraste con la cultura perversa en medio de la cual habitaban, sin realmente pertenecer a ella.
Jesús trató con las multitudes durante su ministerio en la tierra. A diferencia de muchos de los profetas, que eran hombres del desierto, solitarios y rústicos, como Juan el Bautista, Jesús era un hombre de la ciudad. Caminaba sus calles diariamente. Siempre estaba reuniendo a las multitudes. En una ocasión reunió una muchedumbre de cinco mil familias. Pero, aunque Jesús se hallaba en medio de la multitud, él no estaba condicionado por la multitud. Las masas no dictaban su mensaje. Las multitudes no le daban forma a sus valores. Tanto así, que, después de haber tenido a esas cinco mil familias en su “congregación”, con un solo sermón, volvió a quedarse solamente con los doce originales (ver Juan 6).
Ahora, aunque no debemos ser condicionados por el mundo, ni amarlo en el sentido equivocado (“No amen a este mundo ni las cosas que les ofrece, porque cuando aman al mundo no tienen el amor del Padre en ustedes”—1 Juan 2:15), sí debemos amarlo en el buen sentido (“Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” —Juan 3:16). En el sentido en el que Dios lo ama.
Por eso, no no somos seguidores llenos de rectitud moral propia, que agarramos al mundo a “bibliazos.” No somos como el mundo, somos muy diferentes, pero no somos profetas “fuego y azufre.” Amamos al mundo lo suficiente para decirle la verdad de su condición, pero con un amor servicial y sacrificial, tal como el Señor al que seguimos, nuestro amado Jesús.
«Señor Jesús, enséñame bien la diferencia entre estas dos clases de amor por el mundo. Enséñame a no amar al mundo de la manera incorrecta, adoptando sus ideas y valores, participando en sus malas obras; enséñame a amar al mundo tal y como como tú lo amas…»
¡Feliz fin de semana! Nos vemos el lunes.
Si amamos al mundo (su esencia) el amor del padre no está en nosotros. Es un diagnóstico,,, no una instrucción! La instrucción es amar más al Padre para no amar al mundo 🙏🏼
Gracias Pastor