No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les da vida eterna. Ésta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él. Juan 6:27 (DHH).
Toda esta semana hemos estado hablando de la búsqueda de Dios. Esa búsqueda, no la que lleva a la conversión, sino la que, habiendo sido hallados por Cristo, nos lleva a una comunión más profunda con Dios. De esta comunión surge una vida agradable a Dios, una vida dedicada a Dios. Hoy veremos otro fruto de esa búsqueda y es una conciencia y una pasión por nuestra misión en el mundo.
En Juan 4 tenemos el episodio de La Mujer Samaritana. Allí Jesús le habla a la mujer de la “sed” espiritual. También allí Jesús les habla a sus discípulos de una “comida” que satisface cierta hambre espiritual. Un hambre que lleva a la obediencia y al cumplimiento de nuestra misión en el mundo.
Recuerden que Jesús llegó a Sicar, en Samaria, cansado y sediento. Por eso se quedó sentado al lado del Pozo de Jacob, y por eso le pidió agua a la Samaritana. Después de que la Samaritana lo reconoció como mesías y corrió al pueblo a “dar testimonio” (v.39) de Jesús, Jesús seguía cansado, sediento (nunca le dio agua), y ahora hambriento. Los discípulos regresan del pueblo y le insisten que coma, pero Jesús les dice:
—Yo tengo una clase de alimento que ustedes no conocen.
33 «¿Le habrá traído alguien de comer mientras nosotros no estábamos?», se preguntaban los discípulos unos a otros.
34 Entonces Jesús explicó:
—Mi alimento consiste en hacer la voluntad de Dios, quien me envió, y en terminar su obra.
El deseo intenso de Jesús es darse a conocer a la humanidad y traer, por medio del mensaje del evangelio, a hombres y a mujeres a la salvación eterna, basada en su obra en la cruz.
Este deseo de hacer la voluntad del Padre y completar su misión salvadora era tan intensa que era un hambre que opacaba, con mucho, al hambre natural. Podía estar fatigado y hambriento, pero compartir la vida con la Samaritana y, a través de ella, con todo el pueblo era su anhelo más intenso, a expensas de todo lo demás. Gracias a Dios lo que hizo Jesús le dio tanto “alimento” que un buen numero de samaritanos se convirtieron.
«Señor, aun no conozco bien esa clase de hambre de hacer tu voluntad y cumplir el propósito para el cual tú me enviaste al mundo, pero estoy más que dispuesto a desear ese alimento más que cualquier otro. Ayúdame por medio de tu Espíritu Santo, amén.»
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