Pues el Señor es nuestro juez,
nuestro legislador y nuestro rey;
él cuidará de nosotros y nos salvará.
Isaías 33:22
Hemos estado hablando toda esta semana acerca de la culpa. Ya tocamos el caso de la gente culpable que se sabe culpable, de la gente culpable que se cree inocente y de la gente inocente que se siente culpable. Pero, dentro de este último tema, es muy común que la gente diga, “no puedo perdonarme a mi misma.” Creo que amerita tocarlo.
Por mucho tiempo, yo condescendía con la idea de perdonarnos a nosotros mismos. Viendo que mucha gente sentía necesario perdonarse a sí misma, yo pensaba, “pues, si siente que necesita perdonarse, pues que busque hacerlo. Que sienta paz.” Pero, con el paso del tiempo me empecé a sentir incómodo con esta manera de pensar. Creo que llegué a darme cuenta de qué sentir la necesidad de de perdonarse uno a sí mismo reflejaba más bien una incapacidad para creer en el perdón absoluto de Dios. Me di cuenta de qué es una manera sutil de no descansar por completo en el veredicto de Dios.
Perdonarse uno a sí mismo implica que uno es juez. Si yo me perdono a mi mismo me pongo en la posición del juez. Estricatmente hablando, nosotros no tenemos la facultad de perdonarnos o no perdonarnos a nosotros mismos, sólo Dios es Juez. Él es el único que tiene la facultad de perdonarnos. Sentir la necesidad de perdonarnos a nosotros mismos es ponernos en una posición que no nos corresponde. Si Dios ya me perdonó, ¿quién soy yo para no perdonarme a mí mismo?
“¡Pero, es que siento que necesito hacerlo!” Lo que necesitas hacer, y lo digo con sensibilidad y respeto, es confiar en que Dios ya te perdonó y su favor debe ser suficiente. Haz un profundo examen interior y probablemente hallarás que no estás confiando plenamente en que Dios te ha perdonado de manera absoluta y permanente. Y si Él lo ha hecho, ya estás perdonado, ya estás perdonada.
Mucha gente batalla con esto, y entiendo lo que se quiere decir con “perdonarse uno a sí mismo,” pero debemos llevar la batalla al campo bíblico de creer, aceptar, y vivir el perdón absoluto de Dios y sacarlo del campo psicológico subjetivo.
Aunque Santiago está hablando de juzgarnos unos a otros, creo que su instrucción aplica en este caso: “En cambio, les corresponde obedecer la ley, no hacer la función de jueces” (Santiago 4:11). Obedecer, creerle a Dios, ese es punto focal. Vuelve a la leer la cita de Isaías en el encabezado (33:22, tres tres, dos dos, es fácil de recordar) y ¡Que el Señor te conceda gracia para aceptar Su perdón incondicional!
«Señor, envía tu Espíritu Santo y pon en mí la convicción de que yo no necesito perdonarme a mí mismo, pues no me toca ser el juez. Sólo Tú tienes la facultad de hacerlo y yo me someto humildemente a tu veredicto y acepto de corazón Tu perdón incondicional. En el nombre de Cristo Jesús, amén.»
Me gustó. No lo había visto así, pero es verdad si Dios ya me perdonó en esa cruz quien soy yo para no aceptar su perdón.