Pero he aquí que yo [lo] atraeré y [lo] llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. Oseas 2:14 (RV’60).
Esta es nuestra última reflexión sobre la soledad. Para esta reflexión el Espíritu Santo me guió a mi diario de 2013. En el 2013 yo estaba en el segundo año de mi viudez. El más difícil de todos. En abril de ese año yo estaba tan devastado y tan incapacitado para seguir operando en el ministerio que tuve que tomar un sabático. Un sabático que duraría 4 meses. Una temporada de soledad intensa. Aislado en mi casa de Bosque Real. Buscando a Dios.
El 29 de julio de 2013 (año y medio después de la muerte de Lety). Escribí:
“Dios me trajo aquí porque quería sanar el dolor que creció dentro de mi y en mi relación con Él sin darme cuenta. Me trajo aquí, a la seguridad de estar cerca de él, para enseñarme a confiar en Él de nuevo, para aprender a confiar en Él de una vez por todas.”
Allí, en la soledad no había manera de distraerme con una docena de actividades, pendientes y responsabilidades cada día. No había manera de esconderme o huir de su Presencia. Ese tiempo de soledad fue profundamente sanador. Dios me sanó de convicciones erróneas que desarrolle en el dolor de mi pérdida. Por ejemplo, una de las más dañinas:
“[Me trajo] a sanarme de la convicción de que ‘[Lety] tenía que morir para que yo cambiara.’ Dios me dijo: ‘Sólo porque Yo forjo lo increíblemente bueno a partir de tragedias incomprensibles no significa que que Yo orquesté dichas tragedias. No imagines jamás que porque Yo uso algo significa que yo lo causé o que lo necesito para lograr mis propósitos.’”
La soledad en ese tiempo fue crucial para encontrarme con Dios y sanar de veras, o empezar a sanar, porque sanar de pérdidas tan grandes es un proceso lento.
Con esto quiero decirte de manera enfática que la soledad temporal puede tener propósitos sanadores y reveladores. Insisto, estoy hablando de la soledad temporal que no es lo mismo que la soledad permanente. No me siento capacitado para hablar de esta última. Pero si tú estás pasando por una temporada de soledad, quiero animarte a que busques a Dios con todo tu corazón y tal vez sea un tiempo sanador, un parteaguas en tu vida, como lo fue para mí. Y en cierta medida para la iglesia pues al siguiente año Palabra de Vida experimentó cambios radicales que nos lanzaron a una década de crecimiento y multiplicación.
«Señor, ayúdame a encontrarte en la soledad del “desierto,” habla a mi corazón como sólo Tú sabes hacerlo…»
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