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llegó para quedarse

Foto del escritor: Gabriel MiyarGabriel Miyar

Ayer vimos una cita muy importante que relaciona el mantener vivo el fuego del Espíritu (para ponerlo de una manera positiva) con nuestra actitud o disposición a estar siempre alegres, a orar de manera constante, y a dar gracias en todo tipo de situaciones. Cuando no tenemos esta disposición es como “apagar” el Espíritu. Pero cuando la tenemos es “avivar” el fuego del Espíritu.


A estas alturas ya debe haberte quedado claro que no se trata de algo artificial que provocamos en nuestras propias fuerzas o porque tenemos un carácter alegre y luminoso. No. Esto es para toda clase de personas, aquellas que tienen una disposición natural a la alegría y aquellas que no la tienen. El Espíritu Santo tiene el suficiente poder sobrenatural para transformar todo tipo de temperamentos.


Déjame hablarte un poquito de ese poder que habita en tu interior.


El Espíritu Santo vino a nuestra vida a morar y quedarse dentro de nosotros. Cuando la palabra de Dios habla de qué el Espíritu Santo viene a morar en nuestro interior se refiere a una situación permanente. De hecho en Santiago 4:5 la palabra “morar” que se usa cuando dice: “El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros,” literalmente significa “hacer su hogar.”


En otras palabras, cuando el Espíritu Santo vino a vivir en ti no fue por un periodo de tiempo. Él llegó para quedarse. A partir de ese momento el convirtió tu corazón en su hogar. Él colgó, por decirlo así, sus propios cuadros en las paredes de tu corazón, instaló su propia alfombra en el piso, trajo sus propios muebles y se estableció. El no tiene ninguna intención de irse a vivir a ningún otro lado. El Espíritu Santo ha llegado para ser un habitante permanente de tu corazón. Tu corazón no es un hotel al cual él viene de visita. Tu corazón en su hogar.


Pablo lo expresa así:


¿No se dan cuenta de que su cuerpo es el templo del Espíritu Santo, quien vive en ustedes y les fue dado por Dios? Ustedes no se pertenecen a sí mismos, porque Dios los compró a un alto precio. Por lo tanto, honren a Dios con su cuerpo. (1 Cor. 6:19-20 NTV).


La palabra “templo” describe un santuario hermosamente decorado. Aunque posiblemente tengamos la tendencia de describirlo como un hogar acogedor, que sin duda lo es, la imagen es de mucho mayor esplendor. Comparado con lo que Dios edificó en nuestros corazones, el templo de Salomón en toda su gloria es una sólo una choza.


El Espíritu Santo hizo el mayor milagro cuando vino a habitar en nuestros corazones. Él tomó nuestro espíritu, que estaba muerto en delitos y pecados (Efesios 2:1) y nos resucitó con Cristo (Efesios 2:5) en ese momento milagroso creó nuestros espíritus para ser como Dios en rectitud y verdadera santidad (Efesios 4:24).


Esta obra en nuestro interior fue tan gloriosa y perfecta que cuando quedó terminada, el Padre declaró que éramos: “Hechura Suya,” creados en Cristo Jesús (Efesios 2:10). Internamente somos tan hermosos y esplendorosos que el Dios Todopoderoso, a través de su Espíritu, hace su habitación dentro de nosotros. ¿Qué clase de habitación piensas que Dios merece? ¿Una choza echa de lodo y palos? No. Él se ha construido un exquisito templo dentro de nuestros corazones.


Muchos de nosotros tenemos una mala auto-imagen. Nos vemos como indignas chozas hechas de lodo y palos. Muy probablemente no nos vemos como santuarios altamente decorados del Espíritu Santo. Y, sí, hablando en lo natural, somos bastante débiles como seres humanos.


Pablo también estaba consciente de esto, por eso escribió, como dijimos en otra parte:


“Ahora tenemos esta luz que brilla en nuestro corazón, pero nosotros mismos somos como frágiles vasijas de barro que contienen este gran tesoro. Esto deja bien claro que nuestro gran poder proviene de Dios, no de nosotros mismos. (2 Corintios 4:7)


Pablo tenía razón, el cuerpo humano es frágil. La dieta equivocada lo puede matar; trabajar demasiado lo puede quebrar; demasiada presión lo puede dañar. Y aún después de cuidarnos amorosamente toda nuestra vida, todavía nos morimos.


Pero aquí está lo más maravilloso: Estas vasijas de barro contienen algo que Pablo describió como un “tesoro,” un tesoro tan rico e inmenso que nunca te lo puedes gastar. Lo que vemos con nuestros ojos naturales es un despliegue de debilidad humana. Pero, contenido dentro de nuestro cuerpo carnal se halla el poder que creó el universo y levantó a Cristo de los muertos.


Así que después de todo ese esfuerzo divino, nacido de un amor incondicional, ¿tú crees que el Espíritu Santo simplemente se va a dar por vencido y abandonar toda su inversión? ¡Te aseguro que no!


Así que, no te desanimes. ¿Qué piensas?


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