Entonces Jesús fue con ellos al huerto de olivos llamado Getsemaní y dijo: «Siéntense aquí mientras voy allí para orar». 37 Se llevó a Pedro y a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y comenzó a afligirse y angustiarse. 38 Les dijo: «Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de la muerte. Quédense aquí y velen conmigo». 39 Él se adelantó un poco más y se inclinó rostro en tierra mientras oraba: «¡Padre mío! Si es posible, que pase de mí esta copa de sufrimiento. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». Mateo 26:36-39
El domingo hablamos del segundo tema en la serie Inseparable. Se trata de la ansiedad. Y estaremos hablando de este tema durante toda esta semana. Vimos en los diferentes campus como muchas veces sentimos que la ansiedad nos separa del amor de Dios. Es una sensación subjetiva que no tiene realidad. Pero, no por eso deja de tener fuerza.
Jesús mismo, en su humanidad, llego a sentir esa sensación de angustia por el aparente abandono por parte de Dios. Estando en la cruz clamo con sinceridad: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). No estaba solamente citando las palabras del Salmo 22, estaba expresando cómo se sentía. Se sentía separado del amor de Dios. ¿Estaba separado del amor de Dios? No, por supuesto que no. Sin embargo se sentía separado del amor de su Padre. La angustia y la agonía de la cruz y la carga del pecado humano lo hicieron sentirse así.
¿Qué hizo Jesús en estos momentos de ansiedad y angustia? En primer lugar, Jesús se rodeó de amigos. En el momento más difícil de su vida se rodeó de personas cercanas a Él y les pidió no sólo que lo acompañaran sino que velaran junto con él. Juntos como familia es más fácil enfrentar las situaciones adversas.
En segundo lugar, Jesús oró. Jesús clamó al Padre y le hizo saber sus preocupaciones. Filipenses 4:6-7 nos invita a no estar ansiosos por nada sino buscar a Dios en oración y promete que la paz de Dios, esa paz de Dios que tranquiliza, llenará nuestras mentes y corazones.
En tercer lugar, Jesús aceptó la voluntad de Dios y actuó en base a ella. “No se haga mi voluntad, sino la tuya.” Esta aceptación de la voluntad de Dios nos trae paz. Y en cuarto lugar, pero lo más importante, se dirigió a Dios como su Padre. Estaba seguro de su identidad como el Hijo de Dios. Nosotros somos hijos e hijas de Dios. Nuestro Padre ha prometido cuidarnos y protegernos y si bien esto no nos libra de sufrir si nos mantiene seguros hasta el fin.
«Señor, yo sé que tú estás conmigo aún en mis momentos de angustia y ansiedad. Enséñame apoyarme en ese Jesus que comprende perfectamente mis luchas. Amén.»
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