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  • Foto del escritorGabriel Miyar

Hablando con Extraños

Estamos terminando de leer el libro La Recta Final de Robert Wolgemuth en la reunión de hombres de IPV Norte. En el capítulo 10 Robert nos habla de compartir nuestra fe. Él hace una confesión, que cuando era niño le daba vergüenza cuando su papá se ponía a compartir el evangelio con todo extraño que se le pusiera en el camino.


Por ejemplo, al cargar gasolina en la gasolinera el papá de Robert hablaba con el dependiente y le preguntaba si asistía a la iglesia y si conocía al Señor Jesucristo. Mientras tanto Robert estaba en el auto sintiendo pena ajena.


“¿Por qué papá no lo deja tranquilo?, Recuerdo haber pensado. Deja que el pobre hombre cargue combustible y se ocupe de lo suyo.”


Pero, Robert dice que con los años, conforme se acercaba su propia Recta Final, se dio cuenta de que estaba muy equivocado en avergonzarse de que su padre compartiera el evangelio con los extraños. La mentalidad de Robert cambió totalmente y se dio cuenta no sólo de la importancia, sino de la alegría de compartir el evangelio.


Yo recuerdo cuando Glenn Swarthout era mi pastor y yo era un “diácono” (un anfitrión) en los inicios de Palabra de Vida. Glenn nos metió en un programa que se llama Evangelismo Explosivo. Una noche a la semana un equipo de tres personas visitábamos el hogar de algún amigo o pariente de un miembro de la iglesia que previamente nos había hecho una cita para visitar ese hogar. No llegábamos en frío, las personas ya sabían que iríamos, pero de todas formas, al principio me daba penita llegar a la cita.


En una ocasión la vergüenza normal se multiplicó tremendamente cuando una misionera americana nos acompañó a otro hermano y a mí. Sabíamos que íbamos a visitar a una mujer llamada Adriana, pero Debbie, la misionera, apenas estaba aprendiendo español, así que cuando la mujer abrió la puerta, con una gran sonrisa Debbie le dijo: “Buenas noches, Araña.” Como te imaginarás eso lo ayudó.


Esto fue en el principio. Pero yo quiero decirte que con el paso del tiempo aprendí a amar estas salidas de evangelismo más que casi cualquier otro aspecto del ministerio. Hoy en día te puedo decir que uno de los deleites más grandes en mi vida es compartir la buena noticia del Evangelio. Pocas cosas me hacen tan feliz... “La gratitud y a veces las lágrimas, de hombres que parecen muy duros” —como dice Robert— me recuerdan “el gozo y el placer de ser un testigo que no se avergüenza de lo que Jesucristo ha hecho en mi vida.”


Agradezco tus comentarios.

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