En mi lectura diaria estoy actualmente en el profeta Jeremías. Para ser honesto, como a muchos de ustedes, me cuesta trabajo leer los libros proféticos enteros. Me gustaría poder saltarme todos esos pasajes de juicio y destrucción y concentrarme en los pasajes positivos y de promesas (Isaías a partir del cap. 40, Jeremías caps. 30 al 33). Al fin y al cabo yo no soy israelita, ni se escribieron esas profecías para mí. ¿O si? ¡Por supuesto que sí! Están allí como un relato de advertencia. No puedo ignorar las advertencias y sólo tomar las promesas. Mi corazón es capaz de caer esencialmente en los mismos errores e infidelidades para con Dios. Dice Pablo:
Amados hermanos, no quiero que se olviden de lo que les sucedió a nuestros antepasados hace mucho tiempo… Dios no se agradó con la mayoría de ellos, y sus cuerpos fueron dispersados por el desierto. Esas cosas sucedieron como una advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo como hicieron ellos… (1 Cor. 10:1, 5-6).
Pero, algo diferente me sucedió esta vez. Pude experimentar un poco más del sentir de Dios. Después de todo eso es lo más importante. ¿Qué siente Dios? En los profetas vemos a Dios sufrir la infidelidad y rebelión de su pueblo. Escucha el corazón de Dios:
Ahora bien, Jeremías, diles esto:
»“Mis ojos derraman lágrimas día y noche.
No puedo dejar de llorar
porque mi hija virgen—mi pueblo precioso—
ha sido derribada
y yace herida de muerte.
Jer. 14:17
En 4:18-19 el profeta y su Dios unen sus voces para clamar:
Tus propios hechos han traído todo esto sobre ti.
Este castigo es amargo; ¡te penetra hasta el corazón!”».
¡Mi corazón, mi corazón, me retuerzo de dolor!
¡Mi corazón retumba dentro de mí! No puedo quedarme quieto.
Pues he escuchado el sonar de las trompetas enemigas
y el bramido de sus gritos de guerra.
Leyendo Jeremías y las desgarradoras declaraciones de sufrimiento de Dios —¡Sí sufrimiento de Dios!— Me sentí muy mal por Dios, por Su corazón lastimado y ofendido. Y no pensé sólo en el antiguo pueblo de Israel, pensé en mis propias rebeliones. En última instancia, todo lo que hacemos bueno o malo termina en Dios. Todo va a dar a su regazo. Bueno y malo. No es que sintiera lástima por Dios, ¡jamás! Dios es excelso. Pero si sentí un poquito de su corazón lastimado y ofendido por la maldad humana, incluyendo la mía. Los profetas nos conceden este doloroso e inmerecido priviligio, el de asomarnos al corazón de Dios y ver su dolor. Para reflexionar sobre nuestra conducta y cambiar.
«Señor, hazme cambiar el foco de mis sentimientos, del horror ante la posiblidad de sufrir por mis rebeliones a la posibilidad de lastimar tu corazón y ofenderte. Sé Tú el centro de mi sentir. Enséñame a amarte profundamente. Amén.»
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