Dos Árboles
- Daniela Orozco
- 27 may
- 2 Min. de lectura
El Señor Dios hizo que crecieran del suelo toda clase de árboles: árboles hermosos y que daban frutos deliciosos. En medio del huerto puso el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Génesis 2:9.
El domingo hablamos acerca del fruto del Espíritu, que es algo que Él produce en nosotros. Robbie nos recordó que la primera vez que la Biblia habla de fruto es en Génesis, cuando Dios puso árboles qué daban fruto en el huerto del Edén y dio el mandato de no comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Lo que es muy interesante es que en Gálatas dice que no hay ley en contra del fruto del Espíritu, es decir, se está estableciendo una
manera diferente de vivir correctamente con Dios, ya no a través de la ley, que se basa en mandamientos, sino en una transformación mucho más profunda.
La Ley funciona justamente con mandamientos: Haces lo bueno y no haces lo malo. Se trata de cumplir requisitos. En cambio, vivir en el Espíritu empieza al entregar nuestra vida a Cristo y ya no se trata de hacer lo bueno, se trata de cambiar nuestra identidad. En Cristo, el Espíritu cambia lo que somos, cambia nuestra naturaleza y desde ahí cambia nuestro comportamiento, lo que hacemos. ¿Puedes ver la diferencia?
Las obras de la carne se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y hechicería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, desacuerdos, sectarismos y envidia; borracheras, orgías y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Gálatas 5:19-21 (NVI).
Como ves, hay resultados evidentes de tener una naturaleza pecaminosa, así que la gran tentación es buscar cambiar nuestra conducta superficialmente. Por ejemplo, buscamos cambiar la inmoralidad sexual por dominio propio o la ambición por humildad, pero por más que nos enfoquemos, terminamos volviendo a lo mismo, pues solo nos enfocamos en cambiar lo externo.
Si nosotros queremos un fruto diferente, la única solución real es cambiar el árbol. Es decir, la meta no es fingir el fruto. Aunque cambiemos algo de nuestro comportamiento, nuestra naturaleza sigue siendo la misma. Se trata de ser transformados desde el interior y a nosotros nos corresponde cuidar la tierra, regar la planta, es decir, cultivar nuestra relación con Dios. Esta es la manera de que nuestras vidas produzcan el fruto del Espíritu. Pablo estaba desesperado al escribir esta carta, pues los Gálatas habían caído en la trampa de enfocarse en cambiar su conducta y eso sólo nos lleva al orgullo.
«Señor, honestamente, creo que me he estado esforzando en cambiar mi conducta más que en buscarte a Tí. Enséñame a seguir cultivando el fruto del Espíritu en mi vida, pero a partir de mi relación continua contigo.»
Comments