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  • Foto del escritorGabriel Miyar

Contento con mi Posición

No amen a este mundo ni las cosas que les ofrece, porque cuando aman al mundo no tienen el amor del Padre en ustedes. 16 Pues el mundo solo ofrece un intenso deseo por el placer físico, un deseo insaciable por todo lo que vemos, y el orgullo de nuestros logros y posesiones. Nada de eso proviene del Padre, sino que viene del mundo; 17 y este mundo se acaba junto con todo lo que la gente tanto desea; pero el que hace lo que a Dios le agrada vivirá para siempre. 1 Juan 2:15-17


Ayer en la predicación comenzamos con el tema de que, puesto que no somos del mundo aunque vivimos en él, no ambicionamos las cosas que el mundo ambiciona. El apóstol Juan en su primera carta menciona tres cosas que el mundo ofrece: los placeres físicos, la insaciable obsesión con las cosas materiales de este mundo y la vanidad del orgullo y la fama.


En patria yo tuve el privilegio de hablar acerca de no ambicionar las cosas materiales de este mundo. Más bien, decíamos, hay que cultivar el fruto del contentamiento que surge del Espíritu Santo operando en nuestras vidas. En las próximas reflexiones estaremos hablando no sólo del contentamiento con las cosas materiales y posesiones, sino del contentamiento con nuestro lugar en el esquema de las cosas y con nuestras circunstancias.


Muchos cristianos con frecuencia fallamos en la batalla del contentamiento con nuestra posición en el cuerpo de Cristo. Como Diótrefes en el primer siglo, amamos ser el número uno (3 Juan 1:9). Y si no el primero, por lo menos alguien prominente. Y, una de dos, o envidiamos a los que tienen puestos prominentes o nos vamos al otro extremo con una actitud de: “soy un don nadie. Dios no puede usarme.” Fue para contrarrestar ambos tipos de pensamientos que Pablo les escribió a los creyentes de Roma:


“Ninguno se crea mejor de lo que realmente es. Sean realistas al evaluarse a ustedes mismos, háganlo según la medida de fe que Dios les haya dado.” Romanos 12:3.


Pablo reconocía, y quería que los romanos reconocieran, que Dios ha puesto a cada uno de nosotros en el Cuerpo de Cristo como a él le ha placido. Nuestro deber no es decidir lo que queremos ser o hacer, sino descubrir en base a nuestras capacidades y dones lo que Dios quiere que seamos y hagamos. El contentamiento radica no en ser el primero sino en ser fieles en cumplir la función a la que Dios nos ha llamado en el Cuerpo de Cristo.


«Señor, te pido reproduzcas en mí el fruto del contentamiento con mi lugar en la iglesia. Ayúdame a descubrir y aceptar mi función en tu Cuerpo. Y entonces que tu Espíritu Santo me llene de entusiasmo y energía para cumplirla. Amén.»

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