Por carta ya les he dicho que no se relacionen con personas inmorales. 10 Por supuesto, no me refería a la gente inmoral de este mundo, ni a los avaros, estafadores o idólatras. En tal caso, tendrían ustedes que salir de este mundo. 11 Pero en esta carta quiero aclararles que no deben relacionarse con nadie que, llamándose hermano, sea inmoral o avaro, idólatra, calumniador, borracho o estafador. Con tal persona ni siquiera deben juntarse para comer. 1 Cor. 5:9-11 (NVI).
Ayer veíamos que Jesús se relacionaba con los mundanos y pecadores y que nosotros no debemos ser diferentes. ¿De qué otra manera verán la luz de Cristo reflejada en nuestras vidas si la escondemos? “Nadie enciende una lámpara y luego la pone debajo de una canasta.” (Mat. 5:15). A la vez, dijimos que no se trata de hacer lo que los mundanos hacen. Podemos estar con ellos y ser diferentes, diferentes de manera no irritable. El otro día una hermana se fue de una boda porque estaban tocando canciones vulgares (¿hay de otras, hoy en día?) y se fue visiblemente molesta. Jamás verás a Jesús hacer algo así en los evangelios.
Ahora bien, la cita de Pablo si es una prohibición, no de relacionarnos con los mundanos, sino de relacionarnos en convivencia (“comer”) con creyentes mundanos. Aquí sí aplica. Porque al relacionarnos con ellos como si nada, sin señalar su conducta inmoral (humilde y amorosamente, por supuesto), estaríamos solapando un comportamiento incongruente que traerá deshonra al nombre de Jesús.
Los mundanos no saben otra cosa. No por eso están justificados, pero no conocen otra forma de vida. Pero, los creyentes ya “fuimos iluminados” (Heb. 6:4). No es que tengan que ser perfectos para relacionarnos con ellos (ni nosotros lo somos), pero estamos hablando de “un estilo de vida y un patrón habitual de pecado” (Hombría al Máximo, p. 34): una conducta habitual inmoral, de chismes y calumnias, borrachera, avaricia o deshonestidad con el dinero, lujuria e idolatría. “Con tal persona ni siquiera deben juntarse para comer,” dice Pablo. ¡Que fuerte! Pero es un acto de amor, dice Cole, no de mogigatería. Un acto que se espera que lleve a la persona a reflexionar sobre su conducta, arrepentirse y cambiar. Porque, ¿qué aliciente tiene para cambiar si puede retener su pecado y a la vez la indiscriminada aceptación de sus compañeros?
Amados hermanos, si otro creyente está dominado por algún pecado, ustedes, que son espirituales, deberían ayudarlo a volver al camino recto con ternura y humildad. Y tengan mucho cuidado de no caer ustedes en la misma tentación. Gal. 6:1
«Señor, danos la valentía de no parecer aprobar una conducta inmoral en nuestros compañeros creyentes. Pero, enséñanos a hacerlo, no con juicio y altanería, sino con amor genuino y compasivo. Amén.»
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