Mi corazón te ha oído decir: «Ven y conversa conmigo».
Y mi corazón responde: «Aquí vengo, Señor». Salmo 27:8
Hoy voy a compartirles un cuadro fascinante de la oración. Fue pintado por el pastor Eugene Peterson, autor de la versión The Message de la Biblia. Lo traduzco de su libro Run with the Horses. (Corre con los Caballos, InterVarsity Press).
Imagina que estás en una cena con una persona con la que realmente quieres estar—un amigo, tu pareja, una persona importante para ti. La cena es en un restaurante elegante donde todo está dispuesto para darte una atmósfera de privacidad. Hay una adecuada iluminación en tu mesa que hace que todo lo demás esté sombreado. Estás conciente de otras personas y de actividad en el local, pero no interfieren en tu intimidad. Hablas y escuchas. Hay momentos de silencio, llenos de significado.
De cuando en cuando un mesero viene a tu mesa. Le haces preguntas; le pides tu orden; pides que vuelvan a llenar tu copa; regresas el brócoli porque llegó frío; le das las gracias por su servicio atento y le dejas una propina. Sales del restaurante, todavía en compañía de la persona con la que cenaste, pero ya en la calle la conversación es menos personal, más casual. Esta es una imagen de la oración.
La persona con la cual apartamos tiempo de intimidad, para la más profunda y personal de las conversaciones, es Dios. En esos tiempos el mundo no desaparece, pero se encuentra en las sombras, en la periferia. La oración nunca es total y absoluta soledad; sin embargo es una intimidad que protegemos cuidadosamente y sustentamos hábilmente. La oración es el deseo de escuchar a Dios de primera mano, de hablar con Dios de primera mano, y de apartar un tiempo y hacer todos los arreglos necesarios para que se dé. Surge de la convicción de que el Dios Vivo es inmensamente importante para mí y que lo que sucede entre él y yo exige mi atención exclusiva.
Porque hay una parodia de la oración que es muy común. Los detalles son los mismos, pero con dos grandes diferencias: La persona del otro lado de la mesa es mi propio yo y el mesero es Dios. Este Dios-mesero es esencial, pero está en la periferia. No puedes tener la cena sin él, pero no es un participante íntimo. Él es alguien a quien le das órdenes, le expresas tus quejas y, tal vez al final, le des las gracias. La persona con la que estás absorto es tu Yo—tus estados de ánimo, tus ideas, tus intereses, tu satisfacción o falta de ella. Cuando sales del restaurante te olvidas del mesero, hasta la próxima vez. Si es un lugar al que acostumbras ir, quizás hasta te acuerdas de su nombre.
¿Qué tal? ¿No es un cuadro hermoso? Pero, además es tremendamente desafiante. Este cuadro inolvidable me ubica perfecto en lo que debe ser mi tiempo con Dios. Espero que a ti también te ayude.
Wow!! Esta padrísimo !! Y es muy cierto muchas veces Dios ha sido como el mesero 😔 Gracias por compartir porque me hace anhelar esa cena íntima y especial!!! 🙏🏻✝️♥️