Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Juan 1:12-13
Dios como Padre. ¡Tiene tantas vertientes! La gente me dice: “¿Qué de mi experiencia como hijo de un hombre no tan buen padre?” O incluso, otros: “Tuve un padre tóxico que nos dañó de por vida a mi mamá y a mis hermanos a mi.” “¿Cómo brinco a tener ahora a un Padre Maravilloso. Mi mente lo entiende, y he visto evidencia de lo abismalmente diferente que es mi Padre a mi papá. Pero, a mi corazón le cuesta estar a la par. No me siento tan cercano a él todavía, tan amado como hijo. Cosas me estorban.”
O cuando decimos que somos tan hijos de Dios como Jesús, nuestro hermano mayor —que es totalmente cierto: [Jesús le dice a María]: «ve a buscar a mis hermanos y diles: “Voy a subir a mi Padre y al Padre de ustedes, a mi Dios y al Dios de ustedes”» Juan 20:17. (Ningún otro versículo me hace a mi, Gabriel, sentirme tan hijo como este). Y entonces de ahí se desprende que las palabras que el Padre le dijo a Jesús en su bautismo nos las dice también a nosotros. Decía Robbie, yo me la creía hasta donde dice: “este es mi hijo.” Ya lo de “amado” y “en quien me deleito,” ya no me la creía tanto.
Tantas vertientes. Tanto que desaprender para aprender las nuevas realidades. Pero, bueno, eso es la vida. Algunas heridas nos marcan profundamente y sólo el paciente y tierno amor de nuestro Padre celestial, que entiende todas estas cosas mejor que nosotros, va sanándonos y quitándonos lo huraño, como decía Yessi ayer.
Muchas verdades maravillosas entran a nuestro corazón por medio de la fe, pero luego van creciendo como una semilla dentro de nosotros. Por eso la acción interna del Espíritu Santo es tan crucial al abrir la puerta desde adentro a lo que recibimos desde afuera.
Y ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice al miedo. En cambio, recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos. Ahora lo llamamos «Abba, Padre». Pues su Espíritu se une a nuestro espíritu para confirmar que somos hijos de Dios. Rom. 8:15-16
“Para confirmar.” Que adecuado. Confirmar sobrenaturalmente, íntimamente, Espíritu a espíritu. Confirmar lo que escuchamos, leemos, se nos enseña desde “afuera,” a través de nuestros sentidos mediante la fe.
«Señor, algunos le batallan con estas cosas. Otros, con diferente experiencia, no le batallan. Tuvieron buenos modelos. Pero, aquellos que le batallamos, te pedimos, has que el Espíritu Santo haga su labor interna con nuestra total cooperación y sin que le pongamos estorbos. En el nombre de tu Hijo Jesús, nuestro hermano, amén.»
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