Y por esto deben esforzarse en añadir a su fe la buena conducta; a la buena conducta, el entendimiento; al entendimiento, el dominio propio; al dominio propio, la paciencia; a la paciencia, la devoción; a la devoción, el afecto fraternal; y al afecto fraternal, el amor. 2 Pedro 1:5-7
Hace unos meses nuestros hijos Charly y Montse se aficionaron al béisbol. Se aventaron toda la temporada de los Charros de Jalisco. No estoy seguro, pero sospecho que, por su temperamento, a ellos les gusta el béisbol porque es un deporte sumamente ordenado y reglamentado. Elegante incluso.
“Cada movimiento en el diamante de béisbol se da con gracia y serenidad. No se tolera ningún comportamiento cuáchala. Las grandes hazañas físicas se llevan a cabo con enorme habilidad. Los errores son instantáneamente detectados y se sufren las consecuencias de inmediato. Las infracciones a las reglas son castigadas directamente. La conducta revoltosa es severamente sancionada. El jugador que se rehúsa a jugar por las reglas es expulsado. El desempeño sobresaliente se reconoce y se aplaude de inmediato. Y para cuando termina el juego todo el mundo sabe quién ganó y quien perdió. Es un mundo en el que las incertidumbres son eliminadas. Todo es claro y obvio. La experiencia final se resume en un vocabulario de números exactos, hasta el tercer punto decimal” (E.P.).
Pero una vez que sales de la cancha a la vida ordinaria, todo es diferente. La vida es desorden e inciertidumbre. Y gran parte tiene que ver con la “arcilla” de la que estamos hechos. Si tú eres como yo, la arcilla de la cual estás hecho probablemente no sea una mala arcilla, sino una mezcla desalentadora de buen material y de feas impurezas. Finas partículas de arcilla de buena calidad y tosca arena. Una mezcolanza.
Elegancia y desaliño, mesura y desenfreno, indolencia y excelencia. Todo mezclado de manera confusa. Lo que está pasando en un determinado momento casi nunca es claro y nítido. Ninguna de las líneas es precisa, las fronteras no están bien definidas, las metas no están claras, ni consensadas. Los medios están en constante disputa. Al final de un periodo equis no sabemos exactamente si ganamos o perdimos. Esto afecta nuestra economía, relaciones, crecimiento espiritual, etc.
Hay una enorme necesidad de orden, claridad y constancia en nuestras vidas. Pero, esta claridad y este orden se desarrollan desde adentro. No los podemos imponer desde afuera. Y el proceso no se puede apresurar. La claridad y el orden que nos harían seguidores de Jesús cercanos a él y altamente efectivos nace de la fe y el compromiso con Dios, no de ser controlados y controlar a los demás. Sólo la fe y el compromiso invaden la confusión y crean disciplina. No eliminan la confusión instantáneamente, pero la van sometiendo al señorío de Cristo.
Todo empieza por poner un orden y un ritmo físico y espiritual a tu vida. Y sobre eso vamos añadiendo, como recomienda Pedro al principio de esta reflexión.
No puedo usar más palabras para la oración. Usa tus propias palabras. Gracias.
Dios, no solo confío en tus caminos, sino también en tu tiempo. Sé que en el momento adecuado, cuando esté lista, cuando pueda manejarlo, me llevarás a nuevos niveles de mi destino.
El caos parece apoderarse de nuestras vidas, como bien dices Pastor, más si hay orden interior el progreso de nuestras almas se va dando en medio del caos.
”Dichoso aquel a quien Dios instruye en su ley, para que esté tranquilo en los días de aflicción”🙏🏼
Gracias Pastor !