Afluentes del Espíritu
- Gabriel Miyar
- 3 jun
- 2 Min. de lectura
El último día del festival, el más importante, Jesús se puso de pie y gritó a la multitud: «¡Todo el que tenga sed puede venir a mí! ¡Todo el que crea en mí puede venir y beber! Pues las Escrituras declaran: “De su corazón, brotarán ríos de agua viva”». Juan 7:37-38
Ayer veíamos que el Espíritu Santo nos fue dado para llevar a cabo el Plan Maestro de Dios, la Gran Misión de alcanzar a todas las naciones. Y que esto sucede conforme cada uno de nosotros aporta su riachuelo del Espíritu —y no lo digo despectivamente, sino por comparación con los grandes caudales que se pueden formar al juntar todos esos afluentes personales. Cada creyente aportando lo suyo según sus dones, y también organizando con otros los manantiales que traerán vida a su localidad, o al lugar cercano o lejano a donde sea enviado. ¡Es emocionante!
El domingo en Tepeji antes de comenzar mi predicación, le pedí a la congregación que buscara una palabra de parte de Dios para mí. Les dije que mientras yo predicaba ellos estuvieran atentos al Espíritu Santo, y si él ponía una impresión en algunos de ellos, que levantaran su mano y los anfitriones les llevarían pluma y papel. Les pedí que escucharan del Espíritu Santo para mí, que estuvieran abiertos y sensibles a cualquier impresión que pudiera venirles: una palabra, una imagen, una Escritura. Les dije que al final de mi mensaje los anfitriones me las traerían para leerlas yo en lo personal mientras ministrábamos.
La mayoría de las palabras fueron muy buenas, pero un poquito genéricas. Pero, hubo una que tenía más relación con lo que yo estoy viviendo, algo que ellos no podían saber. Esta fue una forma de empujarlos un poquito a abrirse y dejar fluir esos ríos de agua viva que el Espíritu Santo ha puesto en sus corazones.
Al final del servicio, también me tomé un buen tiempo, pidiéndole a todos que escucháramos del Espíritu Santo, y de manera similar a lo que algunos habían hecho conmigo, que buscaran escuchar del Espíritu Santo o sentir alguna impresión y luego mirar alrededor y buscar a alguien a quien entregársela. Podría ser una frase, un pensamiento, una imagen que les viniera a la mente, un versículo que pudiera hablar proféticamente al momento que estaba viviendo la persona. Todo era válido, nada era demasiado pequeño o poco “espiritual,” hasta llevar una ofrenda, si así sentíamos hacerlo, para alguien específico que el Espíritu Santo pusiera nuestro corazón.
Todo esto tiene el propósito sencillo de buscar que cada día nos abramos más a la guía sobrenatural, al mover del Espíritu Santo, que está apasionadamente anhelante de que de nuestro interior fluyan ríos de agua viva.
«Señor, ayúdame a fluir en tu Espíritu y dejar brotar de mi interior esos ríos de agua viva. Hazme sensible a las impresiones que pones en mi interior, a los impulsos que tú has estado, y vas a estar, poniendo, cada vez más, en mi mente y corazón. En el nombre de Cristo, amén.»
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